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Actualizado: 16 de junio de 2025


No podía hablar por su emoción, y apenas pudo murmurar, al estrecharme contra su pecho: Pero, señor capitán ... yo no merezco ... yo creo que cumplo ... esto es muy natural; yo no soy nada ... ¡qué he de ser yo! ¡Jesucristo! ¡Dios! ¡el pueblo!

No podía él ya justamente hacerse desentendido á aquellas súplicas, y más cuando la gracia no sería menos poderosa que la eficacia de sus palabras para su conversión, y para que con la salud del cuerpo recibiesen también la del alma; por esto preguntaba á los enfermos si de corazón creían en Jesucristo, y querían bautizarse; y respondiendo ellos que verdaderamente.

La disposicion hecha por don Alfonso X para dar el justo castigo á los judíos que crucificaban á los niños en memoria de la pasion i muerte de Jesucristo, está fundada en las patrañas que entonces corrian en las lenguas de la supersticiosa i novelera plebe.

El día siguiente juntó el pueblo en la plaza, les dió razón y juntamente una breve noticia de Dios, de su santa ley, y los preguntó si querían que los Misioneros viniesen á predicarles allí la fe de Jesucristo, y enseñarles el camino del cielo.

En Capilavastu, allá en el centro de la India, seis siglos antes de que viniese al mundo Nuestro Señor Jesucristo, nada sabíamos de Dios; no alcanzábamos que hubiese un Ser omnipotente, bueno, infinitamente sabio, principio y fin de todas las cosas.

, ¿de cuál? porque hay varias: los cristianos, los buddhistas, los mahometanos, los judíos, todos creen su religión revelada por Dios. Hablo de la única verdadera, de la revelación de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Y en qué se funda usted para creer que ésa es verdadera y las otras falsas?

La mía era muy alegre, y no se la cederé a nadie. ¡Eso no! ¡Tonterías! Yo reconoceré a la mía por la voz: creo que no olvidaré sus gritos hasta el nacimiento de Jesucristo. Yo reconoceré a la mía por sus uñas. Y yo a la mía por el perfume delicioso de sus cabellos. PABLO EMILIO. Y yo a la mía por la dulzura y la belleza de su alma. ¡, señores romanos!

Había también aquí gran carestía de víveres, por cuya causa algunas buenas mujeres representaron á Dios su necesidad, diciéndole la una: «Señor y Dios Nuestro Jesucristo, dadnos qué comer, porque si no nos morimos.» Y otra: «Señor ¿queréis que me muera? Mirad que me estoy cayendo de hambre», y aquel año fueron abundantísimas las cosechas.

No parece la misma.» Y sus palabras y sus gestos dejaban traslucir la misma idea que los de la superiora; esto es, que nunca la habían juzgado con el espíritu de oración y contemplación indispensable para ser esposa de Jesucristo, o sea, hablando vulgarmente, que la habían considerado toda la vida como una joven sin chaveta.

Y á la verdad, en esta Relación historial se verá que han introducido la fe de Jesucristo los misioneros Jesuitas en la otra parte del mundo, que confina con la Tierra Austral incógnita, tocando en la que los cosmógrafos dicen que aún no está descubierta, y la llaman Tierra del Fuego.

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