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Actualizado: 15 de junio de 2025
El hermano sacó al médico de su ensimismamiento, enseñándole la parte superior del altar. En un relicario de oro estaba el corazón del santo. Era lo único que allí conservaban del fundador. El cuerpo, como sabía todo el mundo, estaba depositado en el Jesu de Roma. Sí: lo conozco. Lo he visto dijo Aresti.
Encendiose más con esto la mala voluntad de aquélla; la guerra estalló con todos sus horrores, sin tregua y sin cuartel. Si Miguel salía de paseo con el lacayo, los ojos penetrantes de la andaluza siempre descubrían a la vuelta en su traje alguna mancha, algún siete mal recosido por una sirviente piadosa: «¡Jesú, qué niño ma susio y ma revoltoso! ¿Qué dirá la gente que le vea?
Véase el título de la edición publicada en alemán: Erbauliche und angenehme Geschichten derer Chiquitos, und anderer von denen Patribus der Gesellschafft Jesu in Paraquaria neube kehrten Volker... Wienn, P. Straub, 1729. Volúmen en 8.º con frontis grabado, seis hojas preliminares sin numerar, 744 páginas y siete hojas de índice.
Casi estoy por decirte que aun me tiene algo de ley, ¡mira tú si soy tonto!... Pero la mardita huye de verme, y dice que no me quiere. ¿Pero tú la has hecho algo, Rafael? ¿No estará enfadada por alguna ligereza tuya? No: eso tampoco. Soy más inocente que el niño Jesú y el cordero que lleva al lao. Desde que tengo relaciones con tu hermana, que no miro a una moza.
Página 91. «El Rey llegó á Çaragoça, segun que avedes oido, para se coronar á quinze dias de Henero del año del nacimiento de Nuestro Señor Jesu Christo de mil cuatrocientos é catorze años...»
Podía estar tranquilo: caprichitos de mujer sin fundamento alguno. El insistiría para que todo se arreglase. Lo importante era que Mariquita le quería lo mismo que antes. Podía estar seguro de esto. ¡Qué cara de angelote, radiante y gozoso, la del mocetón!... Anda, Ferminillo: súbete en las ancas, ¡salao! ¡gracioso! que te voy a llevar a Jerez en un decir Jesú.
Lejos, muy lejos, por los surcos convertidos en arroyos que no podían engullir todo el golpe de agua, corrían hacia el cortijo grupos de gentes. Apenas si se les veía al través de la capa liquida de la atmósfera. ¡Jesú! exclamó Zarandilla. ¡Y cómo van a ponerse los pobrecitos!... El vendaval parecía empujarles.
Si, por complacer a su padre, tomaba la resolución de estarse quieto y sentadito en una silla toda la tarde, esto era lo que no podía ver el pasmo de Sevilla: «¡Jesú qué niño tan posma! ¡Siempre en las mismitas faldas de una, mirándolo todo, observándolo todo!... ¡Ay, qué fatiga!» Ni era fácil, como se ve, que le diese gusto en nada.
Palabra del Dia
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