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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Pasado el rio me fuí encaminando por la misma huella de los animales que hallabamos del enemigo, y siguiendo siempre la partida avanzada que mandé á cargo del lenguaraz Guajardo. Dia 13 y 14.
Al fin, después que subimos a lo largo de un escarpado peñasco que descendía abruptamente al agua, y hubimos calculado que nos hallábamos a cuatrocientos veinte pasos del viejo puente, dimos vuelta de pronto a un recodo del río y salimos a un espacio en donde éste se ensanchaba, aun cuando siempre se deslizaba a cien pies o más de profundidad, de modo que corría despejado con un ancho de cuarenta yardas, por lo menos, mirando hacia el firmamento.
Dijo que mi presencia era desde luego muy simpática, que bien se echaba de ver mi esmerada educación, y que admiraba en mí un corazón de oro; que mis ojos eran muy dulces, aunque un poco pícaros... en fin, no estampo más porque me ruborizo. Fue la primera y última vez que hablé con una mujer que me requebrase. Ambos, pues, nos hallábamos contentísimos el uno del otro.
A poca distancia d'Elven, tomamos un camino extraviado que nos condujo á la cumbre de una árida colina. Desde allí percibimos distintamente, aunque á mucha distancia, el coloso feudal, dominando frente á nosotros en una altura poblada de árboles. El erial en que nos hallábamos, bajaba por una escarpada pendiente hacia unas praderas pantanosas guarnecidas por una espesa selva.
La Plaza de la Concordia está profusamente iluminada, como que la alumbran ciento cuarenta y dos mecheros de gas; hacia luna, una luna muy clara, de modo que parecia que nos hallábamos al declinar la tarde.
En el momento en que la lluvia caia con mas violencia y abundancia sobre la altura en que nos hallábamos, el valle era teatro de una admirable escena de luz, sombras y colores en soberbio contraste.
Aventuras parecidas las hallábamos en todas partes, en el Languedoc, Ventadour, Bergerac, Narbona, aun sin buscarlas, porque á menudo nos esperaba un escudero francés, á la vuelta del camino, portador de cortés mensaje de su señor para el primer caballero inglés que quisiera aceptar el reto. Uno de ellos rompió tres lanzas conmigo en Ventadour, en honor de su dama.
Pues ahí van mil, contestó el bendito señor, dándole un cartucho de monedas que ya llevaba preparado al efecto; pero es preciso que ahora mismo desaloje usted el local, y sin perder un solo minuto salga con su gente de Santander.» El comediante vió el cielo abierto, hizo lo que deseaba el Intendente, y, sin salir éste de la bodega, se desarmó la tramoya, se cargaron las caballerías, montaron los comediantes ... y nadie volvió á acordarse de ellos. ¿Pero usted cree que cuando el Intendente, lleno de júbilo, entró por la noche en la tertulia, hallábamos medio de hacerle tomar la parte que nos correspondía de los mil reales? ¡Que si quieres!
Palabra del Dia
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