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Martín tomó la mano de su mujer y con un esfuerzo último se la llevó a los labios . ¡Adiós! murmuró débilmente, se le nublaron los ojos y quedó muerto. A lo lejos, un clarín guerrero hacía temblar el aire de Roncesvalles. Así se habían estremecido aquellos montes con el cuerno de Rolando.

La muerte es un don bendito, Porque el Maestro celestial Solo castigó el delito De aquel Judio maldito Con una vida eternal. Como antes de la victoria Suele caer el guerrero, caiste, jornalero, Sin concluir tu mision; Y como aquel, que tranquilo Sobre sus armas espira, Caiste sobre tu lira Con noble resignacion.

Llevaba a su afición la energía de un guerrero y la fe de un inquisidor. Gordo, todavía joven, calvo y con barba rubia, este padre de familia, alegre y zumbón en la vida ordinaria, era feroz e irreductible en el graderío de una plaza cuando los vecinos mostraban opiniones diversas a las suyas.

Usted, , , se tomó por él tanto interés cuando aquella diablura de su encierro en la cárcel de Villa, que no dudo en acudir a usted, ahora que el insigne guerrero del Altísimo se halla en un trance mucho más peligroso.

Soñaba despierta al cantar, poniendo en sus palabras temblores de pasión, subiéndole a los ojos una lacrimosidad emocionante. El hombre sencillo y fuerte, el guerrero, tal vez estaba detrás de ella... ¿Por qué no?

Además recuerdo que añadió , conservamos en la Montaña el baile guerrero de hombres solos, semejante al zorcico vascongado y a la «danza prima» de Asturias, hijos todos de los bailes celtas y celtibéricos con que en las noches de luna llena se celebraba a un solo Dios vagamente conocido.

En la zamarreta del cura veíanse diversos cintajos que manifestaban sus grados y condecoraciones. El sable le arrastraba por el suelo, sonando a pandereta rota. Las botas desaparecían bajo salpicaduras de fango; las pistolas eran negras como la zamarra, y las manos de color de hierro viejo. Por donde quiera que iba el guerrero, difundía en torno suyo un complejo olor a pólvora, a cuadra y a vino.

Enfrente del cantor estaba erguido, como siempre, don Modesto Guerrero, escuchando en actitud grave y recogida, idéntico al Mentor respetable que adornaba la pared, sin más diferencia que estar muy bien afeitado, y con su hopito muy liso, tieso y perpendicular.

No cesaba de hacerme toda clase de caricias, y al saber que yo también iba a la escuadra, se lamentó de ello, jurando que sería una lástima que perdiese un brazo, pierna o alguna otra parte no menos importante de mi persona, si no perdía la vida. Aquella antipatriótica compasión me indignó, y aun creo que dije algunas palabras para expresar que estaba inflamado en guerrero ardor.

Su Alteza, que era de humor guerrero, levantó inmediatamente esta pared antes de abrir los cimientos de la «villa». Como usted puede ver desde aquí, los viejos, para entrar en su propiedad, sólo podían hacerlo por el borde de la playa, y en días de tormenta hay que meterse en las olas hasta las rodillas.