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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ya te lo he dicho: en barbaridades, en mujeres de desecho, en mamarrachadas de habanero cursi, en francachelas con toreros de invierno y chulas de la peor especie..., en todo lo más bajo y soez que puedas imaginarte... y en jugar.

Me gustaba viajar, y viajaba mucho dentro y fuera de España; me gustaba el llamado «gran mundo» o «alta sociedad», y la frecuentaba en sus salones, en los teatros, en los paseos y hasta en los balnearios de moda, y en el deporte; me gustaban las Bellas Artes, aunque consideradas principalmente como artículo de lujo, y compraba cuadros y esculturas en las exposiciones; me gustaban ciertos hombres de la política y de la literatura, no por políticos ni por literatos precisamente, sino por la resonancia de sus nombres y el atractivo de sus conversaciones, y frecuentaba su trato y los acompañaba en sus círculos y en sus banquetes y en sus tertulias y francachelas... hasta me gustaban los toreros a cierta distancia, y a cierta distancia cultivaba la amistad de algunos de ellos.

Exacto, metódico, económico, aborreciendo las bromas y francachelas de sus compañeros, siempre había hecho entre ellos papel poco airoso. Una vez retirado, se casó con una señorita de Oviedo deuda suya. Murió ésta tres años después, de afección pulmonar, dejándole un niño y una niña.

A lo que parece, don Alvaro Roldan, que andaba antes extraviadísimo, lejos de su casa, muy a menudo en otras poblaciones entregado a mil liviandades y francachelas y gastándose los dineros con doncellitas andantes que hospedaba en sus caserías, se había vuelto sedentario, casero, morigerado y mucho más económico.

El señorito parecía entristecerse cuando le hablaban de sus famosas francachelas. Aquello había pasado para siempre: no se podía ser joven toda la vida. Ahora era hombre; pero hombre serio y de provecho.

Palabra del Dia

rigoleto

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