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Actualizado: 5 de julio de 2025
A proporción que la distancia del camino se abreviaba, el asno mostrábase muy ligero y andarín, como si el olor de una gran población y famosísima corte le anunciase el próximo encuentro de algunos individuos de su numerosa familia.
Y, en efecto, charla en esos propios instantes a más y mejor en amor y compañía de su inolvidable institutriz miss Eva Brown, de la gentil millonaria norteamericana miss Ketty Nicholson, de petrolesco olor, según detenidas observaciones de Pierrepont, sin que falte en el arcangélico coro aquella por siempre famosísima señorita de Chalvin, que se encabritaba como un caballito resabiado, según confesión de su misma interesante mamá, cuando en algo se le contrariaba.
Sus propósitos no podían, sin embargo, ser aquella mañana mejores, ni sus intenciones más rectas: celebrábase al día siguiente el santo del padre rector con una jira de campo famosísima, allá en la playa de Biarritz, y el mísero Tapón, condenado por tres o cuatro sentencias a recluimiento perpetuo, proponíase, con un día entero de observancia completa, alcanzar el indulto general de sus condenas y el sobreseimiento de las diez o doce causas que, por diversos atentados, conatos e infracciones de la ley, se le seguían ante el tribunal del padre prefecto.
Weber, que era un muchacho muy travieso, publicó a los doce sus seis primeras fugas, y a los catorce compuso su ópera Las Ninfas del Bosque: la famosísima del Cazador la compuso a los treinta y seis.
No quiero privar á mis lectores de la distribución y nombres de los personajes, así que copio al pie de la letra todas cuantas tiene la primera página de la famosísima comedia de magia El Príncipe Don Grimaldo en el Reino de Sansueña. Hélos aquí: Eurica, reina mora. Galiana, idem cristiana. Rogeria, Robuana, Igmidia, princesas. Almadan, emperador. Mahometo, rey.
Pero al fin vino á hacerse público en ocasion de haber llevado un cursor apostólico al reino de Nápoles varias escomuniones, todas en ofensa de las preeminencias de su corona. Entonces escribió al conde de Ribagorza su virey, lugarteniente y capitan general, aquella famosisima carta, que ha visto ya la luz pública en diferentes tiempos.
D. Bernardo hablaba de él con poco respeto y le trataba con cierto despego: el mismo brigadier, aun queriéndole bien, no se mostraba muy impresionado por aquella famosísima estampa, y solía reprenderle suavemente algunas cosas que llamaba puerilidades.
Palabra del Dia
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