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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una pequeña embarcación que tenía su vela caída. En una mano sustentaba el volantí, largo hilo con varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar. Era cerca de mediodía. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas de Jaime extendíase con grandes sinuosidades de puntas salientes y profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza.

Freya sintió un regocijo infantil al sentarse á la mesa, viendo más allá del mantel el vacío luminoso de la altura. Cortado en primer término por un tubo de cristal lleno de flores, extendíase el lejano panorama de la ciudad, el golfo y sus cabos. Le embriagó el aire de esta cumbre, después de dos semanas transcurridas sin salir de Nápoles.

Extendíase esta frente a ella, solitaria por completo, subiendo en suave declive hasta la de Serrano, y veíanse cruzar a través, con cierto aspecto fantástico, como por el cristal de una linterna mágica, transeúntes que el frío hacía marchar apresurados, coches que llevaban máscaras a los bailes, y de cuando en cuando, los tranvías que subían y bajaban con sordo ruido, pareciendo a lo lejos monstruosos faroles ambulantes.

Los balcones y puertas estaban adornados con centenares de banderitas rojas y amarillas, que daban a la plazuela el aspecto de un buque empavesado; y este derroche de ondeante percalia extendíase por las calles adyacentes.

Más allá de esta zona de luz temblorosa, que coloreaba grotescamente los rostros y hacía palpitar los ojos con desordenadas vibraciones, extendíase la noche tropical, solemne, tranquila, con sus aguas obscuras pobladas de caracoleantes fosforescencias y su cielo límpido, en el que asomaban sonrientes un gran número de astros nuevos rodando en el misterio.

Palabra del Dia

hociquea

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