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Actualizado: 23 de mayo de 2025
3 Porque ha perseguido el enemigo mi alma; ha quebrantado en tierra mi vida; me ha hecho habitar en tinieblas como los ya muertos. 4 Y mi espíritu se angustió dentro de mí; se pasmó mi corazón. 5 Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras, meditaba en las obras de tus manos. 6 Extendí mis manos a ti; mi alma a ti como la tierra sedienta.
No tuve el rigorismo de apagarlo; bendije los buenos corazones que hay en el mundo, me extendí luego en un viejo sofá de terciopelo de Utrecht, á quien los reveses de la fortuna han hecho pasar como á mí, del piso bajo á la buhardilla, y traté de dormitar.
Debido a haberlas llevado siempre consigo, el roce constante y durante tanto tiempo, había gastado las puntas y los filos, mientras el lustre había desaparecido hacía ya mucho. Ayudado por Mabel, las extendí todas sobre la mesa, verdaderamente atontado por aquellas columnas de letras que demostraban que algún profundo secreto encerraban, pero que nos fue completamente imposible descifrar.
5 Y al sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción; y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis palmas al SE
Me arrodillé ante el altar y el cardenal ungió mi frente; después extendí la mano y tomé de las suyas la corona de Ruritania, que puse sobre mi cabeza, prestando a la vez el juramento regio. Volvió a oírse el órgano, el General ordenó a los heraldos que me proclamasen y Rodolfo V quedó coronado Rey; imponente ceremonia reproducida en un cuadro magnífico que hoy adorna mi comedor.
Llegué, y en la pequeña plazoleta que hay a la entrada de la iglesia, entonces convertida en Congreso, había, como de costumbre, gran gentío. Extendí con avidez la vista por la multitud de caras que allí se confundían, y no vi ninguna de las que buscaba.
Si pudiera dar la vuelta un poco más allá de la cortadura, las cogería.» A fuerza de mirar y de inclinarme logré ver una esquina del escalón, por encima del precipicio. Al lado había un acebo bastante firme. Me así del acebo, extendí la pierna y, ¡ya lo ves!, aquí llegué. ¡Pero qué lucha, Hullin! El padre y la madre querían sacarme los ojos.
Y como queriéndome dar confianza, agregó: ¡Pero usted es un hombre! ¡Señora... señorita!.... Y a una finísima mirada de don Benito, imperceptible casi, yo extendí mi brazo y Blanca se colgó de él con franco y dulce abandono. No podía darse un retrato más semejante a Fernanda.
Palabra del Dia
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