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Actualizado: 27 de junio de 2025
Todo el nuevo fervor del patriotismo que exaltaba un espíritu halagüeño, la intuición, la acuidad, el dinamismo mental pusiste en tu grandioso empeño. Y tu obra demostró que, si fecundo fué tu pueblo en heroismos de batalla, también podía presentar al mundo un estadista de tu enorme talla.
De esta suerte se alegraba y se exaltaba el ánimo de doña Inés, corroborando la creencia que ella tenía en su virtud persuasiva y en su saber y talento, y haciéndole creer, además, que después de ella, aunque a muy razonable distancia, no había en todo Villalegre, salvo quizá el padre Anselmo, persona más talentosa y más sabia que Juanita.
El pobrecillo era un santo, y su amor luchaba con el deber. Esta lucha que creía adivinar le hacía doblemente interesante a sus ojos, y exaltaba aún más, si posible era, su desapoderada pasión. Al cabo nació en su mente la idea de verle otra vez. La idea se convirtió al momento en propósito, y la inundó de alegría. La entrevista debía ser secreta, que nadie en Peñascosa tuviese noticia de ella.
A ser ella interesada o de temperamento fácilmente inflamable, pronto hubiera sucumbido: su salvación estuvo, por entonces, en que ni la deslumbraba el brillo del oro, ni la imaginación se le exaltaba hasta poner en peligro su castidad; antes al contrario, aquella larga serie de acometidas bruscas, en que sin poesía ni delicadeza trataron de comprar barata su belleza, concluyó por darle asco.
Una tarde, sentado sobre una peña en la hondonada que corre entre el Convento de la Encarnación y los muros de la ciudad, Ramiro, dejaba rodar sus pensamientos. Aquel sitio único exaltaba su alma, haciéndole escuchar, en su ilusión, gritos de guerra, suspiros de éxtasis. Jubilosa coloración de oro húmedo brillaba en las colinas.
La gobernadora se exaltaba; accionaba con el abanico cerrado sobre su cabeza y llamaba señor mío al Arcediano. Glocester defendía el claustro, pero batiéndose en retirada por galantería, sonriendo y abanicándose. En el salón se hablaba de política local.
Salvatierra se exaltaba, elevando su voz en el silencio del crepúsculo. El sol se había ocultado, dejando sobre la ciudad una aureola de incendio. Por la parte de la sierra destacábase en un cielo de color de violeta la primera estrella anunciadora de la noche.
Así que se imponía este sacrificio con la satisfacción del que padece por el ser adorado. Pero llegó a ser un tormento superior a sus fuerzas. Su loca pasión, en vez de calmarse, cada día se exaltaba más. No vivía más que con la imagen del joven excusador. Hasta en sueños le veía. Y su fantasía desarreglada le forjaba un sin fin de ilusiones.
Palabra del Dia
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