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Actualizado: 21 de junio de 2025
Al mismo tiempo se apoderó de mí una curiosa repugnancia, y, aun cuando felizmente pude detener el derrame de sangre, lo que tendía a demostrar que la herida no era, después de todo, tan seria, mis manos empezaron a encogerse de una manera extraña, a la vez que mis carrillos se vieron atacados de un dolor peculiar, muy semejante al que se sufre cuando empieza un ataque de neuralgia.
Sentía una gran estimación por las gentes del Norte, noruegos y dinamarqueses, con quienes había convivido; hablaba bien el inglés, era muy liberal y se reía de las mujeres. Parecía haber nacido para burlarse de todo y para encogerse de hombros; pero su sátira no encerraba veneno; se reía sin amargura y sin pena.
Ayer, sí... ¡Cuando yo te lo aseguro! Don Alejandro concluyó por encogerse de hombros. En fin... ¡si tú lo aseguras!... Y no se atrevió a decir más. En la mesa tampoco fue Nieves, en opinión de su padre, la de todos los días. Comió muy poco y se distraía a cada paso. Don Alejandro no la quitaba ojo.
Era de esas personas que han llegado a tener cosas, y una vez en posesión de esta ejecutoria, pueden ya cometer a mansalva toda clase de desmanes sin otro temor que el de ver a las gentes encogerse de hombros murmurando: ¡Cosas de Fulano!
Estos triunfos atenuaron en Francia la pérdida de Trafalgar; el mismo Napoleón mandó a los periódicos que no se hablara del asunto, y cuando se le dio cuenta de la victoria de sus implacables enemigos los ingleses, se contentó con encogerse de hombros diciendo: «Yo no puedo estar en todas partes».
Llegar a las aceitunas era también otra locución con que nuestros abuelos expresaban que había uno presentádose a los postres en un convite, o presenciado sólo el final de una fiesta. Aceituna zapatera llamaban a la oleosa que había perdido color y buen sabor y que, por falta de jugo, empieza a encogerse.
¿Llevó mucho equipaje?... Me dijo que pensaba detenerse varios días. Sí, señora; llevó un mundo y dos maletas. Yo mismo las hice. ¿Y fue por fin solo?... Me dijo que quizá tendría que acompañar a unas señoras francesas... Quedóse Damián muy parado y tornó a encogerse de hombros. Demetrio le acompañó a la estación... Yo me quedé en casa. Llame usted a Demetrio... Me interesa saberlo.
En el bosque era tan alta la yerba que Meñique no alcanzaba a ver, y se puso a gritar a voz en cuello: «¡Eh, gigante, gigante! ¿dónde anda el gigante? Aquí está Meñique, que viene a llevarse al gigante muerto o vivo». Y aquí estoy yo dijo el gigante, con un vocerrón que hizo encogerse a los árboles de miedo, aquí estoy yo, que vengo a tragarte de un bocado.
Palabra del Dia
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