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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Hasta sintió en su cogote el roce de varios animalejos que parecían haberse librado casualmente por unos milímetros de morir aplastados. Voy á pasar la noche en numerosa compañía se dijo Edwin . ¡Y yo que me imaginaba esta tierra como un desierto!... Mañana, indudablemente, presenciaré cosas extraordinarias y podré explicarme los misterios de esta noche. ¡Ahora, á dormir!
Así fué descendiendo á las regiones inferiores, donde las tinieblas eran aún más densas. Braceó desesperadamente al sentir las primeras angustias de la asfixia, dando al mismo tiempo furiosas patadas en el ambiente líquido. Tenía la certeza de que iba á morir ahogado, y esto mismo comunicaba á sus fuerzas un nuevo vigor. ¡No quiero morir, no debo morir! se decía Edwin.
La viuda de Haynes, que sin duda había tenido noticias de esta entrevista por la profesora de español, se marchó de San Francisco con su hija, y esta vez Edwin no pudo averiguar nada acerca de su paradero. Le era preciso, después de esto, tomar una resolución.
Como su voz sólo podía oirla el gigante, se expresaba con una insolencia revolucionaria. Gentleman dijo designando con una mano el palacio del gobierno , éste es el antro de la venganza femenina. Edwin dió una vuelta en torno á la enorme construcción, asomándose por encima de los tejados á sus patios y jardines. Lo mismo hizo en varios edificios públicos.
Prometió Edwin á su traductor cumplir exactamente tales recomendaciones, y después de la comida de mediodía aguardó, con los codos en la mesa y la cabeza entre las manos, la llegada del jefe de la Universidad y su cortejo.
Sólo algunas damas de la antigua corte, cuando olvidaban sus preocupaciones de madres, hacían memoria de la princesa Lubimoff, recordando con esto á la perdida juventud, siempre más interesante que los tiempos actuales. Al volver el joven al palacio de París encontró á su madre tan princesa como siempre, pero casada con un señor escocés, sir Edwin Macdonald.
Vió Edwin á su amiga, á través del nítido redondel, considerablemente agrandada. A pesar de su obesidad era relativamente joven, sin una arruga en el plácido rostro ni una cana en la corta melena.
Donde el gigante va de caza y Popito expone sus ideas sobre el gobierno de las mujeres Cuando el bondadoso Flimnap se presentó al día siguiente, Edwin le hizo una pregunta que tenía preparada desde la tarde anterior.
Cuando subió á su vivienda, vió que la servidumbre trabajaba ya en torno de las cocinas, preparando el gigantesco almuerzo. Ocupó Edwin su escabel, apoyando los codos en la mesa; pero al abarcar con su vista la planicie de madera, tuvo un agradable encuentro. Había alguien más que los atletas que dormitaban junto á la grúa.
Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta iba á cumplir ocho años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se trasladó á Europa para vivir en Londres, cerca de su cuñado sir Edwin, miembro entonces del Parlamento, y admirado por la mejicana como uno de los directores del mundo.
Palabra del Dia
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