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Más tarde, y empeñado el Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo en que se imprimiese en castellano esta Historia, habló con interés á un editor y librero de Madrid, de cuyo nombre no hay necesidad de acordarnos, para que acometiese esta descomunal empresa.

El escribió, efectivamente, al editor, para que fuesen retirados los párrafos en cuestión.

Ya hice mi artículo, pero ¡oh cielos! El editor me llama. Señor Fígaro, usted trata de comprometerme con las ideas que propala en ese artículo... ¿Yo propalo ideas, señor editor? Crea usted que es sin saberlo. ¿Conque tanta malicia tiene?... Si usted no tiene pulso... Perdone usted; yo no creí que mi sistema político era tan... yo lo hice jugando...

Las loas, que, como dice el editor, sólo pertenecen en parte á Calderón, y que, por lo general, no tienen relación necesaria con la composición que le subsigue, no serán objeto de nuestro examen.

De repente, sin que ella lo advirtiera, se asomó a uno de ellos el editor, acompañado de otro caballero, y, suspendiendo ambos la conversación, escucharon a Cristeta, que siguió cantando con agradables modulaciones, ajena de toda pretensión vanidosa, como pájaro incapaz de sospechar que nadie se detenga a oírle.

Cuando Alfonso recibió esta segunda carta, su natural dignidad ofendiose de tal suerte, que no quiso en manera alguna acceder a los deseos de Orleans y escribió inmediatamente a su editor que no retirara una sola palabra del original.

Comedia Pródiga. Impresa en Sevilla, en casa de Martín de Montesdoca: acabóse á diez días de diciembre, año de 1554. El mismo, de quien ya hemos hablado, como editor de Lope de Rueda y de Alonso de la Vega. Fué librero en Valencia, y vivía aún á fines del siglo XVI ó á principios del XVII, aunque ya muy anciano. Las ediciones de sus comedias son: Comedia llamada Cornelia. Comedia de los Menecmos.

Además, el cuarto almacén tenía la entrada por un patio, que era de los estanqueros, y éstos cuidaban de que sólo entrasen allí los dependientes del editor, con lo cual él, seguro de robos, pagaba la custodia con billetes de favor para los teatros, a que de ese modo asistía Cristeta gratis y a menudo.

Para vencer a los duendes del azar hay que tener un espíritu fuerte y sereno, como para dirigir multitudes. La voluntad y el ingenio pueden vencer a la mala suerte. El libro lo vende el editor Pueyo. Pero conste que no es réclame. No tengo el menor interés por éste ni por el otro editor. El librero, comerciante del cerebro ajeno, realiza el milagro de comer de los libros sin saber leer.

Si me trae una contestación duplicaré esto: ¿entiende, Ah-Fe? Movió afirmativamente la cabeza. Otra entrevista tuvo lugar entre Ah-Fe y otro caballero, el joven editor de El Alud, entrevista igualmente casual y con idéntico resultado.