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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El pasear, el hablar, el disputar, son sin duda ejercicio de facultades del espíritu y del cuerpo; y no obstante en el mundo abundan los amigos de pasear, los habladores y disputadores, y escasean los verdaderamente laboriosos.
Y esto ¿porqué? porque el pasear y hablar y disputar son compatibles con la inconstancia, no exigen esfuerzo, consienten variedad continua, llevan consigo naturales alternativas de trabajo y descanso, enteramente sujetas á la voluntad y al capricho. El justo medio entre dichos extremos.
Se quitó el gorro y se lo encasquetó después de un golpe seco, lo que es en él señal de la más violenta agitación. Sí, Máximo, eso es lo que ella querría, el bautismo... El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo... Toda la Trinidad... Es mucho, señorita, es mucho... Máximo dijo con dulzura un tanto desdeñosa: Cuando se toma lo sobrenatural, no hay que disputar por la cantidad.
Y por cierto que esa impasibilidad no deja de producir de vez en cuando saludables efectos: porque el deseo de disputar cesa cuando no hay quien replique; no cabe oposicion cuando nadie ataca. Así no es raro ver á esos hombres volver en sí á poco rato de abrumar con su locuacidad á quien no les contesta; y amonestados por la elocuencia del silencio, excusarse de su molesta petulancia.
¡Cuitada de mí! -replicó el ama-; ¿la oración de Santa Apolonia dice vuestra merced que rece?: eso fuera si mi amo lo hubiera de las muelas, pero no lo ha sino de los cascos. -Yo sé lo que digo, señora ama: váyase y no se ponga a disputar conmigo, pues sabe que soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear -respondió Carrasco.
Agréguese á esta algarabía el disputar de los hombres, los gritos de los muchachos, la charla de las criadas que hacían la compra, el ruido de los talleres, el son de unas campanas vecinas que tocaban á niño muerto, los perros ladrando, los pobres pidiendo limosna, bestias cargadas que iban y venían, y el correspondiente vocear del que las arreaba, y se formará juicio aproximado del Corrillo de la Hierba, á las diez de la mañana de un día de Octubre del ya casi octogenario siglo XIX.
Los días de dolor que sobrevinieron, en los que hubo que disputar a su padre a la muerte, la alejaron por algún tiempo de todo lo que no fuera aquella única y piadosa ocupación.
En efecto: Villanueva, furioso porque <i>El Conciso</i> se reía de sus proyectos de ley, lo denunciaba al Congreso Nacional, y luego nos regalaba la contestación. Era esta una de las anomalías y rarezas de aquella nuestra primera Asamblea, bastante inocente para detenerse en disputar con los periódicos, dictando luego severas penas que contradecían la libertad de la imprenta.
Palabra del Dia
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