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Por fin, dijo con voz alterada: ¿A González?... ¿Por las narices? ¡Estás loco!... A no me lleva nadie por las narices ... y mucho menos González. Pronunció las últimas palabras con afectado desprecio. Negó a González por la misma razón que San Pedro negó a su Maestro, por el pícaro orgullo. La conciencia le decía que faltaba a la verdad, aunque no cantase el gallo.

Mientras espera ocasión favorable para realizar su propósito, se abandona á los excesos más indignos, que ya desde antes le halagaron, y que han sido la causa principal de la pérdida de su salud. Ha concebido una pasión violenta por la bella Doña Violante; pero ésta, prometida á otro, rechaza con desprecio sus proposiciones, induciéndole á emplear la fuerza para conseguir el logro de sus deseos.

Aquella salida grosera indignó mucho a Miguel, quien dirigió al chicuelo una mirada de desprecio. Maximina se había puesto levemente encarnada. No lo crea V... , desearía volver; pero no causando perjuicio a nadie. Comprendo que ahora, mientras las niñas no sean mayores, mi tía me necesita... ¿Y qué tiene de particular que V. lo desee? dijo Miguel con dulzura.

Pepe lo abarcó todo de una sola mirada e hizo un gesto, entre risa y desprecio, diciendo a su hermana: Pues estos mamarrachos ha debido comprarlos en la salida que hizo el día que llegó, porque luego no ha puesto los pies en la calle. Indudablemente.

El cadete, al verle pasear la misma calle y al parecer con los mismos intentos, le arrojaba miradas provocativas, cencellantes, cargadas del tradicional desprecio que el elemento militar ha sentido siempre hacia el civil tratándose de empresas amorosas.

El desprecio iba, pues, sofocando en su corazón todo afecto, como la nieve apaga la llama del holocausto en el altar en que arde. Ya no existía para él la mujer a quien había cantado en sus versos y que en sus sueños le había seducido.

Ofendida excesivamente la soberbia diabólica de tal desprecio, se echaron sobre él, y con una fiera tempestad de muchos y crueles golpes, le pisaron, hirieron y maltrataron tanto, que le hicieron arrojar por la boca gran copia de sangre; y por más que repitieron los golpes, aunque lo redujeron á los últimos peligros de la vida, nunca pudieron contrastar su constancia.

Le quisieron hacer limpiar las botas de los marineros, él se negó; le quisieron pegar, y él corrió como una ardilla a esconderse, y al día siguiente le hinchó un ojo a uno de sus perseguidores, y al otro día le derramó una caldera de agua hirviendo a los pies a otro. En poco tiempo Tommy se impuso. No quería trabajar y trataba con un desprecio profundo a la marinería.

Su desprecio por los homenajes se los atraía más que a nadie y una palabra de aprobación o un gesto benévolo tenían más precio viniendo de ella que los más altos favores de las mujeres de moda. El día en que, en el curso de una conversación, declaró al señor de Candore que no le gustaban los jóvenes, el diplomático sintió casi fatuidad por sus cincuenta años.

Cuando las tropas salen á operaciones, no es raro ver en muchas casas á las mujeres que allí hay pues los hombres no abundan lanzar miradas impregnadas de odio, y hasta se da el caso frecuente de que al pasar las tropas cierran las puertas en señal de desprecio.