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La mayor parte de las neuralgias son congestivas, pero en un organismo debilitado, en el que la sangre no está enérgicamente dirigida por la tonicidad de la fibra; la rubicundez limitada de la cara, en la que se reflejan los sufrimientos del sistema ganglionar, tiene el mismo orígen, y los capilares ejercen una influencia pasiva.

Forcé la puerta y vi al Rey en un rincón, impotente, debilitado por la enfermedad, moviendo de un lado a otro sus manos encadenadas, riéndose, medio loco. Dechard y el médico estaban en el centro del calabozo; el último se había abrazado al asesino con todas sus fuerzas, impidiéndole por el momento mover los brazos.

Todo estaba previsto y estudiado de larga fecha, con el minucioso método germánico. ¿Qué tenían enfrente?... El enemigo más temible era Francia, incapaz de resistir las influencias morales enervantes, los sufrimientos, los esfuerzos y las privaciones de la guerra; un pueblo debilitado físicamente, emponzoñado por el espíritu revolucionario, y que había ido prescindiendo del uso de las armas por un amor exagerado al bienestar.

Cuando, debilitado por la pérdida de sangre, pudo ser conducido á las trincheras, el sargento quiso ver el cuerpo de su enemigo. Sus dudas continuaron ante la faz empalidecida por la muerte. Los ojos, abiertos, parecían guardar aún la impresión de la sorpresa.

Caleb, que, conociendo la condición maligna de Alicak, no le caía en gracia aquella pantomima burlesca, pensó ejercitar su humor moralista y severo, y así, con tono dogmático, le habló de este modo: Alicak, ya juzgué que tus inclinaciones al mal se hubieran debilitado, cuando no destruído de todo punto; por eso me aflijo al mirarte con tan poca enmienda, siendo así que donde vamos, tus artes te harán mucho mal y bien ninguno.

Así era: un pesar me afligía. Habíamos entrado ya en uno de los principales bailes de esta corte; el continuo transpirar, el estar en pie la noche entera, la hora avanzada y el mucho cavilar habían debilitado mis fuerzas en tales términos que el hambre era a la sazón mi maestro de filosofía. Así de mi amigo, y de común acuerdo nos decidimos a cenar lo más espléndidamente posible. ¡Funesto error!

No qué malditos pensamientos asaltaron entonces mi debilitado y fatigado espíritu: me imaginé de repente con los colores más insoportables, el porvenir de lucha continua, de dependencia y humillación al que entraba lúgubremente por la puerta del hambre; sentí un disgusto profundo, absoluto, y como una imposibilidad de vivir.