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Un ruiseñor volaba infatigable de plaza en plaza, teniendo por bosques las ciudades, y su música divina volvía locas a las gentes, haciéndolas pedir a gritos la República... pero Federal, ¿eh?... Federal o nada.

Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas, y sin morador, ni hombre en las casas, y la tierra sea tornada en desierto; 12 hasta que el SE

Los árabes conquistadores de España, obligados á lo mucho que fueron favorecidos por los judíos en la empresa de reducir á estas tierras, luego que las redujeron á su obediencia, i que comenzaron á coger los frutos de la paz, teniendo por sola contradiccion las pequeñas reliquias de los godos encerradas en un rincon de la Península, dejaron á los hebreos con entera libertad para vivir segun la lei de Moisés: los cuales echaron los cimientos de muchas sinagogas en las mas i mejores ciudades.

24 Y salió la quinta suerte por la tribu de los hijos de Aser por sus familias. 25 Y su término fue Helcat, y Halí, y Betén, y Acsaf, 26 y Alamelec, y Amad, y Miseal; y llega hasta Carmelo al occidente, y a Sihorlibnat; 30 abraza también Uma, y Afec, y Rehob: veintidós ciudades con sus aldeas. 32 La sexta suerte salió por los hijos de Neftalí, por los hijos de Neftalí conforme a sus familias.

Esta muestra de deferencia y de respeto afectó al huésped del mayorazgo, acostumbrado al frío y egoísta contacto del pueblo de las grandes ciudades; y en prueba de su reconocimiento, trató de mostrarse afable y cariñoso, más aún de lo que era de ordinario, con el dueño del rostro más cercano, entre los varios que le contemplaban inmóviles desde su llegada.

4 Porque los hijos de José fueron dos tribus, Manasés y Efraín; y no dieron parte a los levitas en la tierra, sino ciudades en que morasen, con sus ejidos para sus ganados y rebaños. 5 De la manera que el SE

El ruido ininteligente del tumulto sólo sirve para mantener en su conciencia desvelada el pensamiento de su cautividad. Existen ya, en nuestra América latina, ciudades cuya grandeza material y cuya suma de civilización aparente las acercan con acelerado paso a participar del primer rango en el mundo.

En todos los puertos de mar, constituídos casi siempre por una población advenediza y aventurera, se forma un espíritu aristocrático endiablado. En las ciudades arcaicas y tradicionales, los individuos que creen formar parte de la aristocracia alegan los prestigios de la clase con más o menos razón; en las ciudades modernas ya no es la clase solamente lo que se defiende, sino el matiz.

Aquí, instrumentos de labranza en desorden. Allá, el aldeano con su pipa encendida esperando que el viento sople para dar principio a la limpia del montón de trigo que, mezclado con paja molida, espera ser aventado. Nada alegra la vista en esta estéril prisión. Ni los dorados capiteles, ni las altas torres de las grandes ciudades. Ni la carretera ni el río bullicioso.

Las ciudades mineras, con su aglomeración de gentes diversas y sus fortunas improvisadas son, como los puertos famosos, grandes centros internacionales de diversiones, de vida atropellada y alegre.