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Actualizado: 11 de junio de 2025


Cuando hacemos ciertas reflexiones y consideramos algunas eminencias, no podemos menos de recordar una célebre frase de un chispeante escritor: decía este, refiriéndose á un amigo suyo, que el mejor negocio que podía hacerse, sería comprarlo por lo que valía, y luego venderlo por lo que él se creía valer; á ser posible semejante transacción mercantil, la pondríamos en planta en Filipinas, en donde mejor que en parte alguna se habían de encontrar productivas facturas.

Tenía la actitud valiente del hombre que nada teme y se atreve á todo; mostraba los cabellos un tanto más largos que como se llevaban en aquel tiempo; la frente alta, ancha, prominente, atrevida; la ceja negra y poblada, y al través del vidrio verdoso de unas anchas antiparras montadas en asta negra, dejaba ver dos grandes ojos negros, de mirada fija, chispeante, burlona y grave á un tiempo, inteligente, altiva, picaresca, desvergonzada, escudriñadora: mirada que se reía, mirada que suspiraba, mirada pandæmonium, si se nos permite esta frase, á cuyo contacto se encogía el alma de quien era mirado por ella, temorosa de ser adivinada ó de ser lastimada; aquellos dos ojos estaban divididos por una nariz aguileña de no escaso volumen, y bajo aquella nariz y un poblado bigote, y sobre una no menos poblada pera, sonreía una boca en que parecía estereotipada una sonrisa burlona, pero con la burla de un sarcasmo doloroso.

Muchos señores viejos movían la cabeza con aire protector, reconociendo que Luis hacía falta en otra parte, que era lástima que sus palabras se perdiesen en aquella atmósfera de humo de tabaco, y que a la primera ocasión habría que satisfacer su gusto, para que España entera escuchase desde la tribuna aquella critica tan chispeante y justa.

Estas últimas palabras las pronunció con un acento de orgullo y ternura a la vez que mostraban bien clara la alegría que rebosaba de su inocente corazón. Vino el champagne y los cigarros, se destapó una botella y luego otra, y la misma desposada lo escanció y lo sirvió a sus servidores. El tío Leandro, con una copa del vino chispeante en la mano, tomó de nuevo la palabra.

Ramiro se retiró orgulloso del secreto que acababa de sorprender; pero no tardó en advertir que los alguaciles que caían al figón presenciaban a menudo aquellos ritos diabólicos, y que el Nazareno los cohechaba con solo un rubio y chispeante buñuelo, recién sacado de la sartén. Ramiro acabó por atraer la atención. Le hablaron en algarabía y no pudo contestar.

El soldado español es, además de bizarro, sufrido, frugal, pundonoroso, etc., etc., chispeante en el pensamiento y ático en la frase. Nadie lo ha puesto en duda. Pues bien; esta sal y este aticismo con que la naturaleza dotó a nuestro ejército, y muy singularmente al arma de infantería, se aumenta en un cincuenta por ciento lo menos cuando pasea por los jardines de la Casa de fieras.

Palabra del Dia

rigoleto

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