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Actualizado: 12 de junio de 2025


En medio de aquellas buenas gentes crecí vigilado de lejos por una hermana de mi padre, la señora Ceyssac, que no vino a establecerse en Trembles, hasta que el cuidado de mi fortuna y de mi educación reclamaron decididamente su presencia.

Subí al estrado y cuando tuve mi corona en una mano, en la otra un grueso volumen, de pie junto a la escalinata, cara a cara del público que aplaudía, buscaba los ojos de la señora de Ceyssac; la primera mirada que encontré con la de mi tía, el primer rostro amigo que reconocí, precisamente debajo de , en la primera fila, fue el de Magdalena. ¿Experimentó ella también un poco de confusión viéndome en aquella actitud espantosamente desairada que trato de pintarle a usted? ¿Repercutió en ella el encogimiento que me dominaba? ¿Sufrió su amistad al verme risible o sólo adivinando que sufría? ¿Cuáles fueron, exactamente, sus sentimientos durante aquella rápida pero cáustica prueba que pareció alcanzarnos a los dos al mismo tiempo y en igual sentido?

Trata de ser feliz me dijo, como si no contara con eso ni para ni para él. Tres días después de mi partida de Nièvres estaba en Ormessón. Pasé la noche cerca de la señora de Ceyssac, para la cual mi regreso puso en claro muchas cosas, y me dio a entender que había lamentado mis errores frecuentemente con la tierna lástima de mujer piadosa y casi madre.

Yo bajé al jardín, en el cual el viejo Andrés cavaba los arriates. ¿Qué hay, señor Domingo? me preguntó advirtiendo mi turbación. Hay que de aquí a tres días partiré a encerrarme en el colegio, mi buen Andrés. Corrí a ocultarme en el fondo del parque y allí estuve hasta que se hizo de noche. Tres días después abandoné Trembles en compañía de la señora Ceyssac y de Agustín.

Palabra del Dia

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