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¡Pero si él nunca había visto eso!... ¿Cómo era posible que no hubiese él sabido hasta entonces que había niños pobres que tenían hambre y frío y se morían de miseria y de tristeza en un horrible camaranchón?... ¡Ni mantas quería él ya tener en su cama, mientras hubiese en su reino un solo niño que no tuviera por lo menos tres calzones de bayeta y un vestidito de bombasí!...

¿Me gustaría saber qué tiene usted que hacer aquí? preguntome aquel vulgar individuo, de facciones groseras, cuyo chato sombrero gris y calzones cortos le daban un aspecto marcadamente de mozo de cuadra. Y se quedó de pie en el umbral de la puerta, cruzando los brazos desafiadoramente y mirándome a la cara.

Se hace una querer del marido, enjaretándose los calzones como me los enjareto yo... Así se gobiernan las casas chicas y las grandes, señora, y el mundo. ¡Qué salero tienes! Alguna sal me ha puesto Dios, sobre todo en la mollera. Ya lo irá usted conociendo. Ea, que me marcho. Tengo que hacer en casa».

Iba en cuerpo y en alma, el cuello en el sombrero, los calzones vueltos, la camisa en la espada, la espada al hombro, los zapatos en la faldriquera, alpargatas, y medias de lienzo, sus frascos en la pretina y un poco de órgano en cajas de hoja de lata para papeles. Luego trabamos plática; preguntóme si venía de la Corte; dije que de paso había estado en ella.

Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos.

El estorbo de los calzones hacía que sus pasos fuesen tan menudos que para salvar corto trecho necesitaba largo tiempo. Por otra parte, aunque quisiera tomar el camino del monte, la forma en que llevaba los brazos no lo consentía, pues era estrecho y desigual y se exponía á caer y no poder levantarse. Se resignó á seguir el de Entralgo. Bien avanzada la noche llegó á este pueblo.

Ya tengo estudiado el principio, y no se me olvidará una letra. Cuando hable, me los como. Estoy por no dejarte entrar le contestó gravemente su mujer. Si yo llevara calzones, ya me habían de oír. Así y todo, si me pusiera á ello, los volvía locos ... Si yo tuviera calzones, andaba por esos clubes á qué quieres boca. Porque tengo más verdades aquí en el buche....

Pero notaba yo que no se valía más que de un brazo para agarrarse, y no sacaba el otro hacia el remo, ni le movía para ayudarse. «¡Anade y atráquese le gritaba yo, hasta que llegue á darle una mano, que dispués ya podrá agarrarse á la lancha!. ¡Qué más quisiera yo que poder anadar, retiña! me respondió. Pues ¿por qué no puede? Porque me jalan mucho los calzones.

El criado le ofreció los calzones de lidia cogidos por sus extremos: dos pernales de seda color tabaco con pesados bordados de oro en sus costuras. Gallardo se introdujo en ellos, quedando pendientes sobre sus pies los gruesos cordones que cerraban las extremidades, rematados por borlajes de oro.

Y qué, ¿no es bastante buena la choza para la principesa Gaviota? Momo respondió su abuela , métete en tus calzones: ¿estás? Pero ¿qué tiene usted que ver ni qué le toca esa gaviota montaraz para que asina la tome a su cargo, señora?