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Actualizado: 10 de junio de 2025
Don Pantaleón dejó caer el compás que tenía en las manos y le siguió, esforzándose inútilmente en alcanzarle. Corrieron hasta que la fatiga les obligó a detenerse. Volvieron la cabeza, y observando que el desconocido no los seguía, se calmaron un poco. El estallido de unos cohetes les hizo comprender que el pueblo estaba cerca, y se dirigieron hacia el sitio donde sonaban a paso largo.
Sí, cuando supe que había muerto, cuando supe cómo había muerto en el acto, sin tener necesidad de reflexionar me dije que yo sería soldado... ¡y seré soldado!... Mi padrino, y vos, señora, os ruego que no os opongáis... El niño se echó a llorar en una verdadera crisis de desesperación. La Condesa y el abate lo calmaron con dulces palabras.
Lloraba con amargo desconsuelo, y las lágrimas calmaron sin duda, su loca furia. Acercose Benina un poquito, y vio su rostro inundado de llanto que le humedecía la barba. Sus ojos eran fuentes por donde su alma se descargaba del raudal de una pena infinita. Pausa larga. Almudena, con voz quejumbrosa de chiquillo castigado, llamó cariñosamente a su amiga. «Nina... amri... ¿Estar aquí ti?
Llegados a Saint Jouin, la juventud invadió el jardín a la francesa de la célebre hotelera, mientras que la gente más seria, o más hambrienta, se preocupaba del almuerzo. Sus inquietudes se calmaron en breve a la vista de una cocina notablemente organizada, de la que salían olores incitantes, y todo el mundo se instaló en el jardín, bajo una carpa, alrededor de una larga mesa ya preparada.
Palabra del Dia
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