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Á medida que el río de Binondo camina á su desagüe, aumenta el movimiento en sus orillas y en sus corrientes.

Cargadores chinos provistos de resistentes pingas, pesados cascos repletos de abacá; paraos, bancas y botes llenos de mercancías que la exportación de las provincias del Norte, de China y del Japón traen al mercado de Manila, es lo que compone el cuadro hasta los límites, en que el modesto Binondo confunde sus aguas en las caudalosas del que nace en la extensa Laguna de Bay, entre la salvaje poesía que despiertan los panoramas que presentan el Castillo de flores, el Pecho de Dalaga, los Tanques de Paquil y las bellezas del Talim.

Una ligera escalinata une el río de Binondo con la casa, así que, previos todos los correspondientes requisitos de marcha, desde reconocer los bultos, hasta dirigir la última cariñosa mirada á los muros que han sido por largo tiempo confidentes de nuestras amarguras y testigos de nuestros placeres, muros que á nadie más que á mi romperán su mutismo, si algún día vuelvo á interrogar sus blancos lienzos con el lenguaje de los recuerdos, pasé de la casa al bote, al par que los aljofarados dedos de azul y nácar de los genios del Oriente abrían los espacios para dar paso al majestuoso gigante de la luz.

Volvemos á repetir que Manila, ó mejor dicho la nueva Manila, que la forma la inmensa población que se ha creado fuera de los fosos, podía ser una segunda Venecia, no lo es, no por falta de deseos, no por falta de conocerlo, sino porque se opone hoy por hoy la tradición de la costumbre, la indolencia que crea el suelo, la manera de ser de la localidad y los cuantiosos caudales que habían de gastarse en la limpieza, arreglo y conservación de los muchos esteros que serpentean por Binondo, Quiapo y Tondo.

Cual en Madrid en tiempos, el día del Corpus, daba los patrones á la moda, así en Filipinas los da el de la fiesta de Binondo. Con arreglo á lo tácitamente convenido en aquella, nuestra dalaga ostenta camisa de piña sombreada, corto y airoso tapis de glasé, vistosa saya de gró á rayas verdes y blancas, chinela bordada en plata, escapulario de finos relieves y terno completo de corales.

Después ... después la música dará su último trompetonazo, los tinsines su postrimer chisporroteo, y Angué despojada de sus galas ni aun soñará con el triste Chartras. Descorramos los bastidores. Veamos otro tipo. Entre la iglesia de Binondo á la capitanía del Puerto, hay una calle llamada de San Fernando: en la parte izquierda un trozo tiene portales.

Ya tenemos prólogo. Exhibamos los tipos. Supongamos que son las diez de la mañana en Manila, y por consiguiente, la misma hora en cualquiera de los pueblos que forman Binondo; supongamos á más que es la fiesta de la Patrona y que estamos cerca de la casa del hermano mayor.