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Actualizado: 19 de julio de 2025


El orgulloso tronco de los Umeyas fué tronchado por el rayo; el árbol cristiano, ya lozano y pujante, puede ahora dilatar libremente sus ramas hasta sombrear la misma tierra de donde procede su gérmen; y el arte occidental, en un principio menesteroso y mendicante cuando el Epulon musulman derramaba á manos llenas sobre la reina del Bétis las galas de Bizancio, se está disponiendo para ir á llamar con arrogancia á las puertas de Córdoba musulmana con la civilizacion de la cruz exaltada por los ejércitos del hijo de Berenguela.

Así, mientras los musulmanes se defienden desesperadamente en la ciudad alta molestando á los cristianos con hondas, flechas, dardos y catapultas, mientras la corte de los califas lanza su postrer grito de agonía entre el clamoroso estruendo de los lelilís, tambores, bocinas y clarines, el amir Aben Hud, último vástago de una gloriosa dinastía , va á encontrar la muerte en manos de un correligionario traidor, y el hijo santo de Berenguela va á sentar sus reales en el campo de Alcolea como águila que se cierne sobre la presa.

Recordaba en él las milagrosas historias con que su madre le adormecía por la noche; el gran prodigio de un siervo de Dios para burlar sobre aquellas aguas los empedernidos pecadores. San Raimundo de Peñafort, virtuoso y austero monje, indignábase contra el rey don Jaime de Mallorca, torpemente amancebado con una dama, doña Berenguela, y sordo a sus santos consejos.

El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la cartilla, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Robledo, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y suspirando más que beata en sermón de Cuaresma.

Palabra del Dia

godella

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