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Ya habían subido; ocupaba su partido el poder en uno de aquellos cambios de rumbo previstos y ordenados a que vivía sometida la nación por la política de balancín, y Rafael era de la Comisión de Presupuestos, para que se soltase a hablar con algo más que preguntas. Había que hacer méritos; justificar su llegada a uno de aquellos puestos, que según decían, le guardaba el jefe.

La travesía no ofrece peligro alguno, porque el tronco es ancho y en caso de necesidad, se puede pasar resbalando con ayuda de las manos; pero es preferible pasar á la orilla opuesta conservando la posición vertical sirviéndose de los brazos como de un balancín.

Niego redondamente que este zapato pueda durar arriba de dos ó tres noches de tertulia ó de baile, y niego tambien que haya mujeres que consigan equilibrarse sobre ese balancin, sin ensayarse para este ejercicio, como se ensayan los alcides para equilibrarse sobre la maroma. Pero tal vez no tengo razon.

Hacía signos afirmativos con la cabeza, y cruzadas las manos sobre una de sus rodillas, imprimía a su cuerpo movimientos de balancín o remadera.

Un largo remo que sirve de timón y un balancín, compuesto de una ancha tabla que pasa de babor a estribor y que, sobresaliendo mucho de los costados del barco, tiene sus extremos provistos de sendos flotadores que descansan en el agua, completan los menesteres de estos pequeños veleros.

Porque, a la verdad, ella no quería que don Andrés se extralimitase, pero no quería tampoco que se le fuese, y era arduo problema y cuestión de milagroso equilibrio el mantenerse sin caer ni a un lado ni a otro, yendo sin balancín como por una maroma de cuerda tirante.

Era un magistrado de la Audiencia provincial; viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo; aladares rizados con tenacilla sobre las orejas; bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo; corbata de chalina; chaqueta hasta media posadera; pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.

Cuando estaban en lo alto, al lado da la boca del receptáculo, los siervos forzudos las ordeñaban rápidamente con un aparato, arrojando la leche en el interior del enorme vaso de metal. Varios hombres tomaron el doble balancín del pistón para subirlo y bajarlo, impeliendo el líquido del interior.

No tarda en notarse la solemne alternativa, la vuelta invariable de la misma nota, fuerte y profunda, que corre más y más, y brama. Es menos regular que la oscilación del péndulo que nos señala las horas de nuestra existencia: empero aquí el balancín no tiene la monotonía de las cosas mecánicas; se siente, créese sentir la vibrante entonación de la vida.

Físicamente era el señor de Maurescamp un grande y bello joven, de color un poco encendido y de una elegancia un poco pesada. Fuerte como un toro, parecía deseoso de aumentar indefinidamente sus fuerzas; por la mañana ejercitábase en el balancín, tiraba las armas, bañábase dos veces al día con agua helada, y desarrollaba orgulloso dentro de un ancho gabán su busto suizo.