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Y son el cieno el alcalde o cacique y su hijo Lucas, par de encarnados demonios que todo lo añascan. Si no fuera por ellos, aquel lugar sería un Paraíso.

Eso no puede ser, tío Merlín objetó luego el alcalde; la cosa no trae tanta malicia. ¿Y á qué se agarra usté pa creer...? ¿Que á qué me agarro?... Esa es cuenta mía.

Un día, hace apenas tres, el señor alcalde vino a verme a mi casa, me llamó aparte y me dijo: Hermano cura, necesitamos mi familia y yo de la bondad de Vd., porque tenemos un asunto grave, y en el que se juega tal vez la vida de una persona que queremos muchísimo. ¿Pues qué hay, señor alcalde? le pregunté asustado.

Es licenciado. ¿En qué? En teología y en derecho. ¿Está ordenado? No, señor. No conviene que sea clérigo; un mozo que da tan buenas estocadas, no debe llevar un roquete; le está mejor un oficio de alcalde; los alcaldes bravos, que tienen letras y puños, valen más que los que sólo tienen letras; le haremos alcalde de casa y corte.

Después, el cura me presentó a un sujeto que había estado hablando con él, juntamente con el alcalde, y cuya inteligente fisonomía me había llamado ya la atención. El señor, me dijo el cura, es el preceptor del pueblo, de quien yo soy ayudante; pero todavía más, amigo íntimo, hermano. Es mi maestro, señor capitán, se apresuró a añadir el preceptor.

¡Criados! ¡no los tengo! ¡si los he despedido para que no se enterasen! ¡Abrid á la justicia del rey! repitió el alcalde golpeando con furia la puerta. Id, id á abrir, señora dijo el duque. ¡Yo! ¡sola! ; , decís bien: iremos los dos. Y doña Ana y el duque bajaron á abrir á la justicia.

El muchacho era trabajador, valiente, audaz y simpático, y por eso lo querían los muchachos del pueblo; pero él se enamoró perdidamente de esta niña Carmen, que es la sobrina del señor alcalde, y una de las jóvenes mas virtuosas de toda la comarca.

Por aquellos días se había marchado el alcalde Cueto a su pueblo y había llegado un matrimonio de

Acudieron dos lacayos suyos a levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles; alborotóse la Puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que en ella estaba; vínose a pie mi ama, y mi marido acudió en casa de un barbero diciendo que llevaba pasadas de parte a parte las entrañas.

Y hablo así, porque no avisaremos á nadie nuestra llegada; que, de lo contrario, bien podríamos asegurar que allí tenemos al padre alcalde, y no sólo al padre, sino al abuelo y al bisabuelo....., dado que conocemos en Salamanca al Sr.