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El segundo punto es que la pared de la casa que mira á la tierra esté tan bien abrigada, que haga olvidar el mar, y que al lado de aquel continuo torbellino puedan los moradores encontrar el descanso.

Libro Tercero: Capítulo I: De lo que le sucedió en la Corte luego que llegó hasta que amaneció. Entramos en la Corte a las diez de la mañana; fuímonos a apear, de conformidad, en casa de los amigos de don Toribio. Llegó a la puerta; llamó; abrióle una vejezuela muy pobremente abrigada, rostro cáscara de nuez, mordiscada de facciones, cargada de espaldas y de años.

Tan rica vegetación, tanta lujosa verdura, tan abrigada soledad y las austeras líneas de la Santa Casa que destacaba su mole, de un color gris de hoja seca, sobre la obscuridad del ramaje, contrastaban dulcemente con el áspero y desordenado panorama que se veía en torno, con los esquivos montes, con las bruscas quebradas, con los rudos matorrales, con la misma pedregosa tierra que cruzábamos.

La bahía es estrecha, pero bastante bien abrigada, y pintoresca por el contraste de las embarcaciones con todas las banderas del mundo y por el juego que hacen algunos fuertes sobre el fondo gris de las colinas, las bellas quintas de las cercanías, con elegantes azoteas y jardines, los grupos de palmeras, de naranjos y otros árboles pequeños, mantenidos con mucho esmero y fuertes gastos, porque la tierra no es bastante vegetal, y todo el conjunto gracioso de las casas de la ciudad, que tienen la forma de pequeños castillos ó de campestres residencias.

Y tanto el bravo viento los aqueja, Que se siguen tras él desconfiados De su recto viage, que se deja, Por ser del vendabal tan contrastados. La capitana un poco mas se aleja, Y surge con sus naves á los lados, Si no es el almiranta, que apartada Surgió en una bahía no abrigada.

Quiero ver las banderas al viento». Y allí estaba en el ancho balcón, vestida de blanco, muy abrigada, como si hubiese mucho frío, mirando avariciosamente, como si temiera no volver a ver lo que veía, y sintiendo como dentro del pecho, porque no se las viesen, le estaban cayendo las lágrimas. Lucía distinguió a Sol, y miró si estaba en el balcón, o dentro, Juan Jerez.

Hiciera buen o mal tiempo, veíasele a dos pasos de la quebrada, derecho como un centinela, el sombrero de fieltro encasquetado hasta las orejas, los pies en los gruesos zuecos rellenos de paja, abrigada la espalda con un capotón de paño pardo. Cuando pienso me había dicho Domingo que hace treinta y cinco años que le conozco y le veo siempre ahí...

Esta sala era una gran pieza monumental, con piso de mosaico, bien abrigada, muy clara y muy adecuada para esta clase de sport. Altos bancos cubiertos de espartería se hallaban colocados a lo largo de las paredes y servían de asiento a los espectadores.