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Las niñas se conocieron y jugaron juntas en el Port Vieux. Y por esto, y por ser españolas ambas madres, y por lo franco y fácil del trato en los lugares de baños, trabé yo cierta amistad con la madre de la niña, que se llamaba la señora de Benítez.
Lo mismo le ocurría á ella al ver asegurado su bienestar, y convencerse de que su juventud marchaba hacia el ocaso. ¿Por qué no había de conocer su verdadero amor con sus penas y alegrías después de haberse rozado insensiblemente con tantos hombres?... ¡Ah mon vieux! Había que tomar la vida con serenidad filosófica. A cada cual su turno. Después intentaba consolarle hablando del pasado.
Verdad es que el siglo tapicero necesita de dos elementos para brillar: del judío cambalachista e importador, del brocateur, como le llaman los franceses, y del burgués fatuo que compra y colecciona y que se da por fino y sagaz conocedor de lo viejo, de ese inestimable vieux, que todos se disputan, aun a riesgo de que resulte apócrifo.
Sí, mon vieux. Lo estimo, lo amo. Con el amor no se badina pas. Si tú me quieres, sea; pero no has de atormentarme con celos; has de ser amigo del pobre Jules. Y si no, la puerta está abierta. Será lo mejor. Voil
Palabra del Dia
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