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El sacrificio que esta concesión hecha al bello sexo costó a aquellos hombres, que eran tenazmente escépticos respecto de su virtud y utilidad general, sólo puede comprenderse por el entrañable afecto que Tomasín inspiraba.

La ceremonia que acababa de celebrarse era tal vez más risible que la que había concebido el satírico Boston, pero, cosa extraña, nadie reparó en ello. Tomasín fue bautizado tan seriamente como lo hubiera sido bajo las bóvedas de un templo cristiano, y en igual forma tratado y considerado.

Y así fue cómo principió la obra de regeneración de Campo Rodrigo, operándose en el campamento un cambio imperceptible. Lo que primeramente experimentó las primeras señales de progreso, fue la modesta vivienda de Tomasín. Limpiada y blanqueada cuidadosamente, fue luego entarimada con maderas, empapelada y adornada.

De esta manera, la multitud de tesoros que dieron los bosques y las montañas para Tomasín, fue incalculable. Circundado de juguetes tales como jamás los tuvo niño alguno en el país de las hadas, es de esperar que Tomasín viviese satisfecho.

Pero he aquí que al hacerlo observa que algunos cabellos están unidos por un cuajarón de sangre. ¿Qué es esto, chico? ¿Cómo te has hecho esta herida? Fué Tomasín respondió el niño confuso. ¿Qué Tomasín? El de la tía Colasa. ¿Y por qué te la ha hecho? Nos pegamos. ¿Y por qué os pegasteis? Pepín bajó la cabeza sin responder.

Los aventureros y jugadores son supersticiosos: Arturo declaró un día que la criatura llevaba la suerte a Campo Rodrigo, y a la verdad el campamento no había sido desgraciado en los últimos tiempos. Así, pues, éste fue el nombre convenido, con el prefijo de Tomasín, para hacerlo un poco más cristiano. No se hizo alusión alguna a la madre, y el padre poco importaba.