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Sabio a par que poeta, toda inspiración suya va precedida, moderada y templada por la reflexión. Su anhelo constante de la verdad, hace que a veces se le pueda tildar de indiferente y frío; pero la serenidad no le abandona nunca. Sin fe viva en nada sobrenatural, fijo y concreto, no es fácil que se eleve Goethe a superiores esferas, a no ser por el ordenado empuje del entendimiento discursivo.

En este punto, sin embargo, y si hemos de dar crédito al autor anónimo y no tildar de exageración sus alabanzas, él las prodiga de tal suerte al P. Juan José Urraburu, que le coloca muy por encima de todos los filósofos, pensadores y escritores aficionados á la filosofía que ha habido en nuestra nación en el siglo presente.

Todavía según el modo de discurrir de D. Anselmo, podremos tildar este amor de interesado, ya que el alma de aquel caballero halla deleite grandísimo en hacer cuanto hace por la dama, aunque la dama sea ingrata; o ya que, si no halla deleite, halla consolación, considerándose mil veces más infeliz si nada hiciese de lo que hace y si no diese de su amor tan valientes y generosas pruebas.

No se les podía tildar de avaros, pues en vivir bien, a su modo, gastaban con largueza; pero la palabra prójimo era para ellos letra muerta. Delataban su holgura la bien rellena cesta que su criada Severiana les traía de la compra, la costosa ropa que vestían, y algún viaje de veraneo que, aun hecho en tren botijo, era mirado por los vecinos como rasgo de insolente lujo.

Más bien se podía tildar a doña Manolita de tenerla. Más bien se la podía acusar de que, sin envidia ni encono, y sólo por amor al arte, gustaba algo de la murmuración, y seguía demasiado, como regla para sus juicios, aquella terrible sentencia de piensa mal y acertarás.