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Los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o de Lefebvre iban huyendo de sus traidoras filas en cuanto se les presentaba ocasión para ello, de tal modo, que al verificar sus marchas aquellos ejércitos por parajes montuosos o quebrados, veían que los españoles se les escapaban por entre los dedos, como suele decirse.

Cuando no queda duda de que semejante imposible es un hecho real, la Corte, que aún no había instalado sus bártulos, huye despavorida; las tropas de Moncey, que rechazadas de Valencia se habían replegado a la Mancha, se unen a las de Madrid, y todos juntos, soldados, generales y Rey intruso, corren precipitadamente hacia el Norte, asolando el país por donde pasan.

¿A que no sabe usted lo que yo ? añadió Santorcaz . ¿A que no sabe usted que el general Dupont, que estaba en Toledo, ha recibido orden de marchar a Andalucía, y que Moncey sale mañana de aquí para Valencia, y que Lefebvre, que está en Pamplona, irá pronto sobre la capital de Aragón; que Duhesme se extenderá por Cataluña, y que Bessières baja hacia Valladolid a toda prisa con las divisiones de Lasalle y de Merle?

Los desertores acudían a engrosar las tropas del ejército de Blake, del de Cuesta o del de Castaños; y a Carmona y a Córdoba llegaron muchos, escapados de las filas de Moncey, así como casi todos los que hacían la campaña de Portugal con Junot.