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no debes hablar así, respondió la madre suprimiendo un gemido. El Padre Celestial nos ha enviado á todos á este mundo. Hasta me ha enviado á , tu madre; y con mucha mayor razón á . Y si no ¿de dónde has venido , niña singular y caprichosa? Dímelo, dímelo, repitió Perla, no ya con su carita seria, sino riendo y dando brinquitos en el suelo. eres quien debes decírmelo.

Esto no es un pecado, papá. ¿Quieres que reciba esas noticias dando brinquitos y batiendo las palmas? Pues te engañaría si hiciera eso. ¿Me quieres hipocritilla y mentirosa, o me quieres llana y a la buena de Dios? ¿Me has visto alguna vez más entusiasmada que ahora con tu sobrino?

Al cruzar por delante de una de las ventanas del gabinete, la niña lanzó un grito de sorpresa y alegría: ¡Mira, mira, Ricardo!..., ¡mira dónde está el Menino! El joven se abalanzó a la ventana, y vio sobre el tejado de la casa, no a mucha distancia, dando brinquitos de satisfacción, muy orondo y espetado, al Menino en persona.

Dio tres o cuatro brinquitos en son de acercarse a Marta y dijo pi... pii. ¿Quieres que suba a ver si le cojo? preguntó Ricardo. No; aguarda un poco..., parece que viene él... Menino, Menino..., ven acá, mono..., ven acá..., toma... El Menino dio otros tres o cuatro brincos, acercándose, y se paró, ladeando otra vez la cabeza para escuchar.