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Actualizado: 25 de junio de 2025


Los geógrafos de la antigüedad hablaban de ella dando la medida de sus terribles brazos. Plinio contaba las destrucciones realizadas por un pulpo gigantesco en los viveros de pescado del Mediterráneo. Cuando unos marinos conseguían matarlo, llevaban al epicúreo Lúculo la cabeza, grande como un tonel, y algunos de sus tentáculos, que una persona apenas podía abarcar.

Atrás se quedaron los Viveros con sus regocijadas bodas; los valses sonaban lejanos, como vagos estremecimientos del aire, y Ernestina seguía infatigable, hablando cada vez más cerca del oído de su esposo. Ella viviría tranquila, sin molestarle, si no existieran los celos. Porque ella se sentía celosa.

Creerán que escapamos de los Viveros por estar solos y libres de convidados. Al pasar frente a San Antonio, Ernestina, reclinada en un hombro de su esposo, se incorporó. Mira: ese es quien ha hecho el milagro de unirnos. De soltera le rezaba pidiéndole un buen marido, y por segunda vez me protege, dándome mi Luis. No, vida mía: el milagro lo has hecho con tu belleza.

El mismo D. Pantaleón resolvió que la boda se celebrase con un día de campo en los Viveros, como era uso y costumbre entre el elemento distinguido del comercio de Madrid. Fue en el primer domingo de Agosto.

En el río central del Imperio, hácese en el mes de mayo un comercio inmenso de freza de pescado, comprada por traficantes, quienes la revenden por todo el país á cuantos quieren depositar en sus viveros domésticos el elemento de fecundación. Así todos tienen su reserva, que sustentan sencillamente con los restos de la comida del hogar.

Palabra del Dia

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