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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Pues, el otro día, me presenté algo mareado, lo confieso, y mi santita me excomulgó y arrojó de casa, condenándome a ocho días de destierro, en penitencia... Para volver a su gracia, me juré a mismo aborrecer el vino... por una semana: he pasado los peores días de mi vida, ¡ajo! pero, yo no le aflojaba al cuerpo, y le decía: ¡Aguante usted so vicioso! ¡y no le di ni esto! en tres días... Cuando ayer supe la culada del hermano Bernardino, y que al otro pájaro del Ministerio le habían también colgado la galleta, te digo que mona más a gusto, no la he tomado nunca: pasé cantando el ¡Oíd mortales! por su casa, con tales gritos, que la gente salía a las puertas, y de miedo que los vigilantes me aguaran la fiesta, me vine a mi palacio y aquí la continué, en la alegre compañía de algunas de mis aristocráticas relaciones... Se bebió y se cantó, hasta la madrugada, ¡ajo! ¿te parece a ti, que no iba a estar yo alegre? ¡pillo, ladrón!

Apagábanse lentamente los rumores que habían poblado la noche: el borboteo de las acequias, el murmullo de los cañaverales, los ladridos de los mastines vigilantes. Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos. Rodaba el canto del gallo de barraca en barraca.

Desde luego afirmo que estos hermosos fines no han de lograrse en ciertos colegios ni en parte alguna donde la distinguida y mal acostumbrada educanda viva «a uso de tropa». De este modo se aprende todo, si se aprende algo, como el soldado la táctica y las leyes penales: maquinalmente y a la fuerza; y no se toma amor, sino miedo y repugnancia, a las tareas y al cuartel mismo, con sus largos y desnudos pasadizos, sus enfilados dormitorios, sus lechos de contrata, sus vigilantes antipáticos y su refectorio mal oliente.

Después de este examen iba en busca de su camarada, y ambos se sentaban en el crucero, en las gradas del coro o del altar mayor. Desde allí se abarcaba todo el templo de un golpe de vista. Los dos vigilantes comenzaban por encasquetarse las gorras.

Las nueve... La corneta había lanzado en el patio las prolongadas notas del toque de silencio; en los corredores sonaban con monótona igualdad los pasos de los vigilantes, y de las cerradas cuadras, repletas de carne humana, salía un rumor acompasado, semejante al soplo de una fragua lejana o a la respiración de un gigante dormido: parecía imposible que en aquel viejo convento, tan silencioso, cuya ruina resultaba más visible a la cruda luz del gas, durmiesen mil hombres.

Palabra del Dia

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