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Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio. No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser, y entónces nos es preciso valernos del testimonio ajeno. Para que este no nos induzca á error, son necesarias dos condiciones: . que el testigo no sea engañado: . que no nos quiera engañar.

Lo que se ha dicho de la vista puede aplicarse á todas las sensaciones; ¿hasta qué punto será valedero pues el testimonio del sentido comun en cuanto nos lleva á objetivar la sensacion? hélo aquí. Para las necesidades de la vida es necesaria la seguridad de que á las sensaciones les corresponden objetos externos; á esto asentimos con impulso irresistible, todos los hombres, sin distincion alguna.

Pues qué quando veo un cuero, ó mal discreta Y vana fantasia, asi engañada, Que á tanta liviandad estás sugeta! Pienso que el piezgo de la boca atada Es la faz del poeta transformado En aquella figura mal hinchada. Y quando encuentro algun poeta honrado, Digo, poeta firme y valedero, Hombre vestido bien y bien calzado,

Si no es valedero el testimonio de la conciencia, si no es seguro el juicio á que él nos impele por necesidad, ¿de qué podremos asirnos para no precipitarnos en el escepticismo mas absoluto? ¿dónde podremos buscar un cimiento sólido para levantar el edificio de nuestros conocimientos? Ahora voy á demostrar que esta substancia es simple.

La esposa no dio muestras de pesarle de la burla; antes, oyendo decir que aquel casamiento, por haber sido engañoso, no había de ser valedero, dijo que ella le confirmaba de nuevo; de lo cual coligieron todos que de consentimiento y sabiduría de los dos se había trazado aquel caso, de lo que quedó Camacho y sus valedores tan corridos que remitieron su venganza a las manos, y, desenvainando muchas espadas, arremetieron a Basilio, en cuyo favor en un instante se desenvainaron casi otras tantas.

Ellas dijeron que , y que todo lo que en aquel caso hiciese lo daban por bien hecho, por firme y por valedero. Ya en este tiempo estaban el duque y la duquesa puestos en una galería que caía sobre la estacada, toda la cual estaba coronada de infinita gente, que esperaba ver el riguroso trance nunca visto.