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Actualizado: 28 de junio de 2025
Para mi seguridad y en bien del objeto que me propongo yo debía sellar para siempre sus labios porque ¿qué es la vida de un hombre ante el fin que persigo? La ocasion me es propicia, nadie sabe que he venido, estoy armado, usted indefenso; su muerte se atribuiría á los tulisanes, sino á otra causa más sobrenatural... y sin embargo yo le dejaré vivir y confío en que no me ha de pesar.
Sí, como yo, como nosotros, seamos francos, aquí no nos oye ningun indio, continuó el joyero; el mal está en que todos no seamos tulisanes declarados; cuando tal suceda y vayamos á habitar en los bosques, ese día se ha salvado el país, ese día nace una nueva sociedad que se arreglará ella sola... y S. E. podrá entonces jugar tranquilamente al tresillo sin necesidad de que le distraiga el secretario...
Cabesang Tales tuvo que entregar su escopeta, pero armado de un largo bolo prosiguió sus rondas. ¿Qué vas á hacer con ese bolo si los tulisanes tienen armas de fuego? le decía el viejo Selo. Necesito vigilar mis sembrados, respondía; cada caña de azucar que allí crece es un hueso de mi esposa. Le recogieron el bolo por encontrarlo demasiado largo.
La vida en aquella casa se hacía imposible. Al fin sucedió lo que temían. Como los terrenos estaban muy lejos de poblado, Cabesang Tales apesar de su hacha cayó en manos de los tulisanes, que tenían revolvers y fusiles. Los tulisanes le dijeron que, pues que tenía dinero para dar á los jueces y á los abogados, debe tenerlo tambien para los abandonados y perseguidos.
Palabra del Dia
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