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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Poco a poco, con las visitas y el largo charlar de ellas, Isidora iba queriendo al viudo, y el viudo aficionándose tanto a ella, que llegó un punto en que hubo de sorprenderse y asustarse de la formalidad de su cariño. En tanto el asunto marchaba satisfactoriamente.

María Teresa no podía sorprenderse de los extraños efectos alucinantes de un pensamiento absorto. ¿No había evocado ella hacía un momento, lo que veía allí, en aquel cuarto? Comprendió que su verdadera imagen se sobreponía al sueño interior de Juan; respetando su locura permaneció ante él, muda y pensativa, no osando moverse.

El susto que éste llevaba en el cuerpo no le impidió sorprenderse de la confianza extraña del criado. ¡Un señor tan rico, tan noble, tan misterioso, tuteado por un criado!

En las sombrías noches de tormenta, se conmueven, parecen tomar parte en las convulsiones del Océano, y, sin sorprenderse, devuelven fuego por fuego á los resplandores celestes. Es preciso recordar que en aquella época , y hasta 1830, todo el mar estaba en tinieblas.

¿Habría de qué sorprenderse de que su pensamiento estuviera siempre absorto por su telar y su tesoro, cuando tenía que recorrer los campos y los caminos para ir a llevar y traer trabajo, y que sus pasos ya no vagaran por las orillas de los cercos, en busca de las plantas familiares? Ellas también pertenecían a aquel pasado a que su vida se había substraído.

No hay por qué sorprenderse si, bajo otros aspectos, sin hablar de su belleza delicada, no era por completo una aldeana común y poseía asomos de elegancia y un calor de alma que no eran sino los frutos naturales de sus sentimientos de pureza cultivados por el cariño. Era demasiado niña y demasiado ingenua para que su imaginación se extraviara en preguntas respecto de su padre desconocido.

Un criado les hizo subir la amplia escalera de mármol, y en ella volvió a sorprenderse el torero viendo retablos con imágenes borrosas sobre un fondo dorado, vírgenes corpóreas que parecían labradas a hachazos, con los colores pálidos y el oro moribundo, arrancadas de viejos altares; tapices de un tono suave de hoja seca, orlados de flores y manzanas, unos representando escenas del Calvario, otros llenos de gachós peludos, con cuernos y pezuñas, a los que parecían torear varias señoritas ligeras de ropa.

Palabra del Dia

hociquea

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