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Actualizado: 6 de junio de 2025


Era peligroso seguir allí y hundí otra vez las espuelas en los ijares de mi caballo, a la vez que clavaba mi espada en el pecho del rufián que tenía delante. La bala de su revólver me rozó una oreja; tiré de la espada, pero no pudiendo arrancársela del cuerpo la solté y salí a escape en seguimiento de Sarto, a quien divisé en aquel momento a unas veinte varas de distancia.

¿Conquistada?... Entonces se conquista ahora a las muchachas con discusiones sociales... Las muchachas serias respondió la abuela ligeramente ofendida, tienen así ocasión de apreciar a un pretendiente... ¿Qué más quieren? Solté una carcajada vibrante, prolongada, interminable. De modo, abuela, que el señor de Baurepois era un pretendiente... Ciertamente balbuceó la abuela. ¿Por qué no?

Diciendo esto llegó a la orilla. Yo tenía asida la cuerda, pero me detuve. Ruperto se hallaba en terreno firme, con la espada en la mano y nada más fácil que hendirme de un tajo la cabeza o atravesarme de una estocada si me arriesgaba a subir. Solté la cuerda. No importa dije; lo esencial es que aquí estoy y aquí me quedo. Me miró sonriéndose.

Yo mismo cogí el farol que estaba encendido desde mucho antes por un lujo de precauciones tomadas a falta de cosa mejor y más tranquilizadora en que ocuparme, y bajé de tres en tres los peldaños de la escalera; llegué al portón al mismo tiempo que se repetían en él los garrotazos, y con mano torpe y acelerada solté el barrote que le aseguraba por dentro, destranqué y abrí.

Palabra del Dia

lanterna

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