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Las señoras Micaelas me desbastaron, y mi marido y doña Lupe me pasaron la piedra pómez, sacándome un poco de lustre. ¿Por qué no nos habíamos de tratar, olvidando aquellas bromas que nos dijimos?... Esto en el caso de que sea honrada, porque si no, no me rebajo. Cada una tiene su aquel de honradez».

Se puso de pie en el acto que me vio, y me saludó con apresuramiento cuando el sirviente anunció mi presencia. Otra vez está de vuelta, señor Greenwood exclamó. ¡Oh, cuánto me alegro! He extrañado mucho no haber sabido nada de usted. ¿Dónde ha estado? En Italia repliqué, sacándome el sobretodo por indicación de ella, y sentándome después a su lado en un silla baja.

¡Calla, maldito, calla! le dije al fin . No desplegues tus labios y no me martirices sacándome de los sueños que encantan para conducirme a las realidades que matan. ¡Calla, maldito, calla!

"Yo quiero, o probar tu hierro de Flandes, o hacerte probar mi acero de Damasco; mas para ello solo puedes procurarnos tal placer sacándome hoy mismo al fiado de esta prisión, cosa por cierto fácil a tu autoridad. Quiero vengarme con todo ese aparato que vosotros, menos sentidos y más artificiosos que nosotros, llamáis generosidad y caballería.

La voz argentina de Pepita rompió el silencio, y, sacándome de mis meditaciones, dijo: ¡Qué callado y qué triste está Vd., señor D. Luis! Me apesadumbra el pensar que tal vez por culpa mía, en parte al menos, da a Vd. hoy un mal rato su padre trayéndole a estas soledades, y sacándole de otras más apartadas, donde no tendrá Vd. nada que le distraiga de sus oraciones y piadosas lecturas.

Tiendo, trémulo de placer, la mano, y me encuentro, ¡ira de Dios! ¡cuerpo de Cristo!, me encuentro con la mano gafa de mi criado Bartolo, que me movía y sacudía, cual violenta peripecia de tragedia, para despertame del sueño más delicioso que mortal alguno pudo disfrutar: me asestaba aquel Longinos la larga lista de sus sisas, que como traidora lanza cotidianamente me dilacera el flaco y doliente costado, sacándome el revuelto rosicler de la plata y calderilla.

Además, yo tenía el privilegio de la salamandra, de hacer retoñar los muñones para recuperar los órganos perdidos. La gente seguía riendo, corriendo, gesticulando... Vi algunos amigos que me reconocieron y me saludaron con gestos extravagantes, quién sacándome la lengua, quién escupiéndome una ranita verde en la cara.