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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
El hecho es que cada vez que se ve una chaquetilla de infantería puesta sobre un pantalón particular, un sable golpeando sin gracia las canillas de un compadrito y un kepí con vivos colorados jineteando sobre una chasca enmarañada y estribando en los cachetes por medio del barbijo roñoso, el alma se subleva: uno recuerda los primeros dolores y las primeras humillaciones, y, por las dudas, pela el machete para vengar, si no los agravios de uno, los de aquellos que más tarde han recorrido el áspero sendero.
La santurrona les está embaucando con las fantasmagorías del asilo que va a edificar... Cuidado, mucho cuidado con los timos. Antes de que ponga la primera piedra, nos llevará a todos a San Bernardino. Cállate, que ya saben todos lo avariento que eres. Si no te pido nada, roñoso, cicatero.
Antonio Santaló era un muchacho cordobés que iba a verme al café y a quien solía encontrar, como una sombra, en la Puerta del Sol, muy de madrugada, a esa hora terrible de los que no tienen un puñadito roñoso de calderilla para ir a dormir a casa de Han de Islandia o a los sótanos de la Peña de Francia, los hoteles de cincuenta céntimos, donde se guarecen los buscones, los poetas pobres y los rateros.
En casa no te digo; pero por la calle no he de ir con las carnes colgando como una vaca. Para eso no necesitas corsé de cuatro pesos. ¡Ah! ¿Es por el dinero, don Roñoso? No, palabra; es que estos días... ¿te es igual a fin de mes? Carola no quiso insistir; pero miró a su amante con profundo desprecio, como las grandes cortesanas de Atenas debían de mirar a los esclavos persas.
Palabra del Dia
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