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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Padre, Hijo y Espíritu Santo, son tres; tres personas distintas, son otros tres, y van seis; y un solo Dios verdadero, siete cabales.» «Palurdo le contestó el padre , ¿no sabes que las tres Personas no hacen más que un Dios?» «¡Uno no más! dijo el penitente . ¡Ay Jesús! ¡Y qué reducida se ha quedado la familia!»
Al lado, numerosas y largas tarifas indican las líneas, los itinerarios, los precios: aconsejaremos sin embargo a cualquiera que reproduzca, al ver las listas impresas, la pregunta de aquel palurdo que iba a entrar en años pasados en el botánico con chaqueta y palo, y a quien un dependiente decía: No se puede pasar en ese traje: ¿no ve el cartel puesto de ayer?
Con esto era difícil que en el pueblo, a no infundir una violenta pasión, se casase ninguna de ellas con los hidalgos o señores ricos; y como ambas eran muchachas finas, señoritas verdaderas, no era probable que se hubieran querido casar con ningún arriero palurdo o con ningún labrador rústico e ignorante.
Abrí de golpe la ventana y grité batiendo las manos: ¡Muy bien, Petrilla! Ya veo a usted señorita. Petrilla, espantada, tomó sus zuecos en la mano y corrió a guarecerse en el establo. El gran palurdo se quitó el sombrero y me examinó con una estúpida sonrisa que le hendía la boca hasta las orejas. Reíame con todas mis ganas, cuando un coche, que yo no había oído llegar entró en el patio.
Un escudero palurdo, acabado de desembarcar, dijo otro. ¡Bonito sería que además de nuestros jefes viniera á darnos órdenes el primer muchachuelo que abandone á su mamá y se aparezca en Aquitania! ¡Por Dios, mis buenos señores! suplicó la joven en mal francés ¡amparadnos! ¡Impedid que estos hombres nos maltraten!
El afortunado palurdo enviaba cualquier cosa, lo que le convenía por su baratura, y siempre se arreglaban las circunstancias de modo que encontraba el mercado vacío, los precios por las nubes, sin reparar en la calidad del género, y realizaba fabulosas ganancias.
La raza negra, casi extinguida ya, excepto en Buenos Aires, ha dejado sus zambos y mulatos, habitantes de las ciudades, eslabón que liga al hombre civilizado con el palurdo; raza inclinada a la civilización, dotada de talento y de los más bellos instintos de progreso.
¡Ya me lo decía yo!... exclamó sacudiéndose, y, adelantándose hacia mí, me alargó una mano roja y tosca de trabajador, toda encallecida y agrietada. «¡Qué palurdo!» me dije mentalmente. Cuando ya estuvimos dentro de la casa, me examinó nuevamente. Todavía eras una pequeñuela, cuando salí de aquí, y me parece verdaderamente extraordinario que te asemejes tanto a Marta.
Preguntábame de dónde venían y lo que habían visto en su curso, lo que me, podrían contar, a mi que no sabía nada de la vida y del mundo, a mi que ansiaba ver y conocer. Distrájeme de mis reflexiones al notar que Petrilla, escondida en un rincón, se dejaba besar por un gran palurdo que le había pasado un brazo alrededor del talle.
Palabra del Dia
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