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Para entenderse en los menesteres de la vida se escribían cartitas y en ellas se trataban de usted . "Asunción me ha pasado un recado diciéndome que vendrá a las ocho para llevarme al teatro. ¿Tiene usted inconveniente en que vaya?" escribía ella dejándole la carta sobre la mesa del despacho . "Puede usted ir adonde guste" respondía él por el mismo procedimiento . "¿Qué platos quiere usted para mañana? ¿Le gusta a usted la lengua en escarlata?"

»Pero ¡qué diestro era el maldito en esta clase de empeños!, y yo, a pesar de mi fama de insensible y de mi reputación de traviesa, ¡cómo me dejaba conducir por donde él quería llevarme!

La Iñure me contó que una vez, hace mucho tiempo, un loro que tenía un marino de Elguea lo denunció, y por él se supo que su amo había sido pirata. A pesar de la ciencia y de las habilidades de todos los de su clase, Paquita me era muy antipático; nunca quería contestarme cuando le preguntaba si era casado, y una vez estuvo a punto de llevarme un dedo de un picotazo.

¡Oh, tortura espantosa! ¡Tortura realmente oriental! No podía llevarme a la boca un pedazo de pan sin recordar a los descendientes de Ti-Chin-Fú, pidiendo de comer, como pajarillos sin plumas que abren en vano el pico y pían en un nido abandonado.

Previamente estoy convencido de que ni yo lograré traerle á mi opinión ni él logrará llevarme á la suya. Disputando, sólo conseguiríamos fatigar al público con nuestra disputa.

Ricardo sintió profunda pena de que se quedasen allí, como si le ligase a aquella familia algún vínculo de amor, y tuvo deseos de decir a la mamá: «Señora, acabo de perder a mi madre; estoy solo en el mundo y no tengo a nadie a quien amar ni que me ame; ¿quiere usted llevarme a su casa como hijoLa puerta del carruaje se cerró de golpe, sonó la campanilla, se oyó el grito ronco de la máquina y el tren prosiguió la marcha con su traqueteo metálico que clamaba sin cesar en el silencio de la noche: ¡solo!, ¡solo!, ¡solo!

Quieren llevarme á la cárcel dijo con voz doliente . Yo, que nunca he hecho mal á los demás, no comprendo por qué se encarnizan de tal modo conmigo. En vano intentó Robledo consolarle. ¡Qué vergüenza!-siguió diciendo . Jamás he temido á nadie, y sin embargo, no puedo sostener la mirada de los que me rodean.