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Había empleado gran parte de sus economías en rescatar á Julî y procurarle una cabaña donde vivir con el abuelo, y no se atrevia á acudir á Capitan Tiago, temiendo no interpretase el paso como un adelanto de la herencia que siempre le prometía.

Ya sabeis la influencia que tiene; ha sacado á vuestro abuelo de la cárcel... Basta un informe suyo para desterrar á un recien nacido ó salvar de la muerte á un ahorcado. Julî no decía nada, pero hermana Balî encontraba el consejo como si lo hubiese leido en una novena: estaba dispuesta á acompañarla al convento.

Y Julî se despertaba, se incorporaba sobre su petate, se pasaba las manos por la frente para recoger su cabellera: ¡frío sudor, como el sudor de la muerte, la humedecía! ¡Madre, madre! sollozaba.

Con la noticia de este segundo desgraciado suceso, determinó el mismo corregidor enviar todas las milicias de su provincia, que marcharon bajo la conducta del capitan D. Santiago Vial, y al llegar á Juli reconoció el sangriento estrago de todos los vecinos de aquel pueblo, que pasaban por españoles, cuyos bienes habian saqueado, sin librarse el sagrado de los templos del furor y la profanacion, tomando despues los rebeldes por asilo las cumbres de las montañas inmediatas.

Despues pensó en que sin la prision, él sería novio ó marido en aquellas horas, licenciado en Medicina, viviendo y curando en un rincon de su provincia. La sombra de Julî, destrozada en su caida, cruzó por su imaginacion; llamas oscuras de odio encendieron sus pupilas, y de nuevo acarició la culata del revólver sintiendo no llegase ya la terrible hora.

Simoun desapareció, seguido de una multitud de admiradores. En aquel momento supremo su buen corazon triunfó, olvidó sus odios, olvidóse de Julî, quiso salvar á los inocentes y decidido, suceda lo que suceda, atravesó la calle y quiso entrar.

En esta ocasion llegó á manos de Orellana una carta de un indio principal de Acora, avisándole que los rebeldes de aquella parte que se habian retirado hasta Ylabe y Juli, reforzados con los de la provincia de Pacajes, venian otra vez marchando sobre aquel pueblo, con ánimo de vengar en sus indios la resistencia que habian hecho de seguir su partido.