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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Llegaba a su cuarto y se tendía en la cama, triste, trémulo, como si le amenazase una desgracia, ocultando la cara entre las manos. La pobre Feli acudía, balbuceando de miedo: ¿Qué tienes, Isidrín? ¿Qué te pasa, rico mío? Le acariciaba como una madre; hundía sus manos en la crespa cabellera, mientras Maltrana respondía entre suspiros.
A impulsos del agradecimiento, desató una de las puntas del trapo, sacando del nudo unas cuantas monedas de plata. Toma, Isidrín dijo . Todo el dinero que tengo. Para que lo añadas a esas cosillas, ya que no has sido exigente. Lo menos llevas ahí siete duros entre pesetas dobles y sencillas. Maltrana se metió la cantidad en el bolsillo.
Está bien dijo Feli más tranquila . Te dejo, pero ¡cuidadito con faltarme a la palabra!... Lo que deseo es que algún día vivamos como esos matrimonios que no tienen que rabiar por el puchero, que envían sus lujos a un colegio, tienen su buena casa allá en el barrio de Salamanca, salen a paseo juntos, y los días que hace mal tiempo se dan una vueltecita en coche, muy apegadizos, con los vidrios levantados. ¿Puede ser esto, Isidrín?... Tú escribirás mucho; escribe cuanto quieras: yo no he de enfadarme por eso.
Maltrana hizo un movimiento de impaciencia. ¿Qué tenía que ver su pobre madre en lo de ahora?... ¿Quería ayudarle, sí o no?... La vieja siguió gimoteando, sin contestar, y el joven púsose de pie con ademán resuelto. Adiós, abuela. Quédese usted con lo suyo. Ya sé lo que debo hacer. Pero antes de que volviese la espalda, la trapera se abalanzó a él. ¡Isidrín... hijo mío... quédate!
Palabra del Dia
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