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D. Sabino era un hombre despechado, lleno de hiel contra la sociedad, y sobre todo contra el régimen actual de cosas, con el cual no medraban más que los intrigantes, mientras los hombres de carácter independiente quedaban postergados. Después de ser muchos años sacristán del Sagrario, había solicitado un beneficio en la catedral con empeño, y por dos veces se lo habían birlado otros.

No he querido decir nada a la marquesa, por no alarmarla. ¡Ah, los frutos del ambiente de esa condenada casa de locos ambiciosos e intrigantes! ¿Qué han de sacar de ella los hombres desinteresados y conciliadores como yo, sino grandes desencantos y trastornos cerebrales? ¡No sabes con qué ansia aguardo el momento de salir a respirar aires libres y más sanos, fuera de la atmósfera candente en que nos abrasamos aquí los desdichados a quienes el patriotismo obliga a encadenar hasta sus afectos más íntimos al presidio de los negocios del Estado!... Tienes mi permiso para retirarte, Simón... ¡Ah!, se me olvidaba..., y vaya la noticia por lo que has de gozarte en ella, no porque yo le la menor importancia, ni deje de considerar el suceso como un tardío acto de desagravio, por parte del desagradecido Gobierno: lo de mi senaduría es cosa acordada, al fin.

La verdad es, sin embargo, que las expresiones copiadas indican en el lenguaje dramático español clases enteras, como cuando hablamos de héroes, enamorados, intrigantes, etc., ó las edades de los personajes que intervienen en la acción.

Esta Pepay era una rozagante moza que pasaba por ser muy amiga de don Custodio: á ella acudían los contratistas, los empleados y los intrigantes cuando algo querían conseguir del célebre concejal.

Eso acontece en Coteruco, pueblo que llegan a corromper dos intrigantes y un mentecato, sin otro fin que el de satisfacer ruines pasiones y venganzas. Y eso que Coteruco era antes el mejor pueblo del valle, y aun el dechado de todos los pueblos de la Montaña, por la honradez y amor al trabajo de sus moradores.

Otro es el ilustre novelista D. Benito Pérez Galdós, embebido noche y día en un intenso trabajo literario, aprovechando todos los momentos de la existencia para preparar y escribir sus obras inmortales. Abandonemos, pues, para siempre el romanticismo bohemio, plaga de nuestra literatura, que degrada al escritor y lo pone a merced de los intrigantes políticos y de los especuladores avaros.