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Actualizado: 23 de junio de 2025


El médico era alto, fornido, de luenga barba blanca. Vestía con el arrogante lujo de ciertos personajes de provincia que quieren revelar en su porte su buena posición social. Era una hermosa figura que se defendía de los ultrajes del tiempo con buen éxito todavía. Don Robustiano era el médico de la nobleza desde muchos años atrás; pero si en política pasaba por reaccionario y se burlaba de los progresistas, en religión se le tenía por volteriano, o lo que él y otros vetustenses entendían por tal. Jamás había leído a Voltaire, pero le admiraba tanto como le aborrecía Glocester, el Arcediano, que no lo había leído tampoco. En punto a letras, las de su ciencia inclusive, don Robustiano no podía alzar el gallo a ningún mediquillo moderno de los que se morían de hambre en Vetusta. Había estudiado poco, pero había ganado mucho. Era un médico de mundo, un doctor de buen trato social. Años atrás, para él todo era flato; ahora todo era cuestión de nervios. Curaba con buenas palabras; por él nadie sabía que se iba a morir. Solía curar de balde a los amigos; pero si la enfermedad se agravaba, se inhibía, mandaba llamar a otro y no se ofendía. «

Se ha observado en muchas lenguas malayo-polynesianas que el nombre de los números va precedido de una letra ó sílaba que los gramáticos llaman partícula enunciativa. En la lengua de Tahiti esta partícula es a, desde el número 1 al 10 inclusive: de 20 á 99 es e, y más adelante vuelve á ser a. En la lengua de Timor Laut la vocal e precede los números de 1 á 10.

Sensación de lo más dulce que podía soñar, espantoso temor de haberme inutilizado para siempre, angustiosos presagios para lo futuro, sentimiento de humillación por mi vida presente; todo, absolutamente todo, lo conocí, inclusive un inesperado dolor, muy irritante, que se parecía mucho al rudo escalofrío del amor propio herido. Era muy avanzada la noche.

Hoy mismo, de los países de Europa, son la España, la Turquía y la Rusia, los que pagan la contribución más grande a los poderes sobrenaturales, para evitar las calamidades naturales, y a la vez los más castigados por ellas y por las humanas de yapa, inclusive por esas que son una vergüenza para todo país civilizado, porque provienen del desaseo y la ignorancia: la mortalidad infantil y el hambre; "azotes de Dios" que la ciencia humana ha reducido y suprimido respectivamente.

Palabra del Dia

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