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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
Se acercó un poco más a la hostelera y con su voz más afectuosa murmuró dulcemente: Vamos, Miguelina, ¿por qué no tiene usted confianza en mí?... Yo no soy ciertamente un extraño... Recuerde que en otros tiempos... Quiso tomarle amistosamente las manos y ella le rechazó con el gesto indignado de una mujer arrepentida a quien se tratase de inducir a nueva tentación.
The Switzerland of Spain le preguntó a su hostelera si era cierto lo que se decía de los cerdos santiagueses como animales de sociedad. No son únicamente los cerdos contestó la interpelada . Desde su ventana puede usted ver dos cabras en el piso de enfrente. Sus dueños las tratan como personas de la familia...
Estas palabras, lejos de tranquilizar a la señora Princetot, parecieron aumentar todavía su espanto; había de nuevo juntado sus manos y se las retorcía nerviosamente. Al mismo tiempo, vio Delaberge que las lágrimas humedecían los ojos de la hostelera. ¿Qué tiene usted? continuó. Diríase que mis palabras le causan pena... Sentiría con toda el alma que involuntariamente...
Ignacio Artegui, madame de Miranda, españoles declaró Artegui. Si el señor tuviese una tarjeta osó decir la hostelera. Artegui entregó el pedazo de cartulina, y la fondista se deshizo en cortesías y cumplimientos, cual si implorase perdón por aquella fórmula.
La señora Princetot, que se había refugiado en las sombras del templo, había de creerse por completo absuelta... La falta pasada había ya prescrito. El señor Princetot, que no había sospechado nada cuando la infidelidad era patente, sería menos accesible aún a las sospechas hoy, en que la hostelera del Sol de Oro edificaba con su religiosidad a los fieles todos.
Esta súbita resurrección del pasado, evocada por la repetición de gestos familiares, conmovió más hondamente al inspector general que todas las lamentaciones de su hostelera.
Palabra del Dia
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