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Actualizado: 3 de junio de 2025
Ella también quería trabajar mucho, para que nunca les quitasen el pedazo de tierra en cuyos senderos aún creía ver el zagalejo remendado de aquella vieja hortelana a la que llamaba madre cuando sentía la caricia de sus manos callosas.
Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!... ¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre! Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre la nuca. Ni una joya, ni una flor.
Y la vieja, con su supremo esfuerzo de voluntad, se decidió a abandonar su silla para ver la inundación. ¡Cuánta agua, Dios y señor nuestro!... ¡Qué de desgracias se contarán mañana! Esto debe ser castigo de Dios... un aviso por nuestros muchos pecados. Mientras los dos hombres oían a la vieja, Leonora iba de una parte a otra dando prisas a su doncella y a la hortelana.
Luego que pudiéron andar mis compañeras, las conduxéron á Moscou, y yo cupe en suerte á un boyardo que me hizo su hortelana, y me daba veinte zurriagazos cada dia.
Leonora, insensible a la curiosidad, sin reparar en los centenares de ojos fijos en ella, seguía hablando de sus asuntos. Beppa se había quedado con la tía, y ella con su hortelana y otra mujer, que aguardaban a pocos pasos con grandes cestas, había venido a comprar un sin fin de cosas, cuya enumeración la hacía reír. Ahora era persona formal; sí señor.
Todo se sabía en aquella ciudad. Hasta la casa azul llegaba el eco de las murmuraciones. La hortelana la había recomendado bondadosamente que no pasease mucho por el río: podía pillar unas tercianas.
Palabra del Dia
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