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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Mi padre había abierto un pequeño libro con láminas ordinarias para distraerme, y yo, sin separarme de su lado, hojeaba casi maquinalmente sus páginas, y me detenía contemplando los grabados, siempre estrechado por él. Bien, hijito me dijo al fin, vete a recoger, que es tarde ya y yo tengo que hablar con tu tío.

Llamo a un jardinero, le encargo un ramillete, y... ¡listo! De noche me quedaba en casa, conversando con la enferma o charlando con Angelina. Ella y tía Pepa hacían sus flores, y yo hojeaba un libro o leía para . ¡Lea usted en voz alta! solía decirme la doncella. Lea usted algo bonito.... ¿La vida del santo del día? ¡No! contestaba en tonillo suplicatorio, haciéndome un mohín de niña mimada.

Mira, gabacho decía Madariaga . Todo versos y novelas. ¡Puros embustes!... ¡Aire! El tenía su biblioteca, más importante y gloriosa, y que ocupaba menos lugar. En su escritorio, adornado con carabinas, lazos y monturas chapeadas de plata, un pequeño armario contenía los títulos de propiedad y varios legajos, que el estanciero hojeaba con miradas de orgullo.

Sólo quedaba la pura emanación de la mente; y las ideas parecían brillar con más fuerza en la sombra, como las ascuas de los braseros. Dos días después sobrevino un hecho inesperado. Sería algo más de la una. Sentado, como de costumbre, junto a la ventana, Ramiro hojeaba al azar el Cordial, el Arte de bien morir, el Contemptus Mundi. La vidriera dejaba pasar una luz plomiza y melancólica.

Palabra del Dia

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