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Actualizado: 25 de junio de 2025


EL JUEZ. ¡En efecto! ELOY. Puede usted felicitarme tanto más cuanto que la señora Genvrain, sin que horripile, tampoco puede pasar por una belleza. Así, las señoritas subvencionadas no resultan ya tan atrayentes. ELOY. No tengo opinión sobre este asunto, porque nunca quise verlas de cerca.

Los que vienen por aquí vuelven solos raras veces. A esta puerta va a llamar cierto día el señor Eloy Genvrain; este quincuagenario agostado no se retrasa mucho; en esta misma mañana ha recibido una hoja invitándolo a presentarse en el palacio de Justicia, a cosa de las dos, en el despacho del señor Renato de Espardeillan, juez de instrucción.

En el Bajo Saona soy el campeón de las ideas avanzadas; los republicanos cuentan siempre conmigo; recibí proposiciones de Fumeux. ¿No lo conoce usted? EL JUEZ. No. ELOY. Es el boticario de Bizons-les-Dames, un agente de la reacción, a quien derroté en las elecciones de mil novecientos catorce. Este me dijo: «Genvrain: ¿quiere usted figurar conmigo en la lista de candidatos?

ELOY. Esperamos a que acabara esta triste exhibición; luego se adelantó Chabornac, se llevó aparte a la rapaza durante algunos minutos y después de esto me la trajo, diciéndome: «¡Aquí la tiene, señor Genvrain!

Sobre el bureau está inclinado un caballero joven, delgado y más bien elegante, con el aspecto de un primer actor del Vaudeville: nariz roma, boca glotona, ausencia de cejas y calvicie agresiva. Este magistrado, poco decorativo, se levanta cortésmente e indica una silla Imperio que hay junto a su temible bureau. EL JUEZ. Es usted el señor Eloy Genvrain, diputado del Bajo Saona, ¿verdad?

Palabra del Dia

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