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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Con el saboreo de aquellas noticias y de estas «seguridades», sin un astro visible en el cielo, la tierra envuelta en la más cerrada y tenebrosa de las noches, y empezando a lloviznar, me dejé sumir en la barranca que se abría a corta distancia del santuario, encomendando mi alma a Dios y mi vida al instinto del cuadrúpedo que me conducía.
La noticia de esta pelea procuraron obscurecerla, encomendando con pena de la vida su sigilo, para que no llegára á nosotros. El camino de menos rios, aunque mas dilatado, para aquellas dos ciudades, es el que llamamos de los Llanos, por donde marchó nuestra tropa hasta el rio Bueno.
Así como una vez al año las doce tribus de Israel encaminábanse á Jerusalén para celebrar la fiesta de los Tabernáculos, vese en algunas playas á esos fieles hijos del mar que se dirigen en grupos de población, á rendirle sus homenajes, á confiar sus tiernos huevos á la grande y buena nodriza, encomendando sus pequeñuelos á aquélla que meció sus antepasados. Los peces.
Morsamor, distraído y taciturno, no prestó atención a lo que Tiburcio decía. Así llegaron a la puerta de la iglesia del Carmen, y, encomendando sus caballos a sendos palafreneros de la Casa Real, que los tuvieron de la brida, entraron en la iglesia, donde se hallaban ya el Rey y todo su séquito. Poco tiempo permaneció Morsamor en la iglesia.
La hora llegó, pues; dejé la carta sobre la mesa y bajé más muerta que viva. »¿Has terminado? me preguntó el Duque. »Bajé la vista sin contestar, silencio que interpretó como una respuesta afirmativa; después de comer me preguntó: »¿Dónde está esa carta? »Sobre mi mesa repuse, encomendando mi alma a Dios.
Déjeme su merced ahora dijo Juanita y no venga, con perjuicio de su autoridad, acompañando a una chicuela que lleva un cántaro. ¡Pues no se enojaría poco la señora doña Inés, que tiene tantos humos, si viese a su señor padre sirviendo de escolta, no a una princesa como ella, sino a una pobrecita trabajadora! ¿Qué había de decir? Diría que yo te estaba encomendando algún trabajo.
Elvira, por el contrario, era vivaracha y hasta un poco ordinaria; pero la energía de su alma le rebosaba por los ojos, y el rey Buby creyó ver delante de sí una espartana repitiendo el himno de las Termópilas, cuando cantó al piano con trágica entonación y enérgicos rencores de raza: En el Hospital del Rey Hay un ratón con tercianas, Y una gatita morisca Le está encomendando el alma.
Palabra del Dia
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