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Actualizado: 21 de julio de 2025
Si hay montes que desaparecen, roídos por el tiempo y la intemperie, hay otros que surgen empujados hacia la luz por fuerzas subterráneas; mientras unos ríos se secan lentamente absorbidos por el desierto, otros torrentes nacen y crecen; unas cascadas se obliteran, pero otras, después de haber roto las paredes que las retenían, se desprenden de los altos lagos desplegándose en ligeras velas ó se lanzan en compactas masas sobre las faldas de los montes.
Llegaban como torrente de hierro los hombres rudos de las áridas montañas de Aragón, empujados al llano por el hambre; los almogávares desnudos, horribles y fieros, como salvajes; gente inculta, belicosa e implacable, que se diferenciaba del sarraceno no lavándose nunca.
Cuando el fuego lo caliente, cuando los pequeños ríos que ahora se encuentran diseminados en sus abruptas cuencas, empujados por la fatalidad se reunan en el abismo que los hombres van cavando, contestó Isagani. No, señor Simoun, añadió Basilio tomando un tono de broma.
Los animales-plantas, inmóviles como estrellas, rodeaban de un círculo de rayos sus bocas feroces, y los seres minúsculos se sentían empujados irresistiblemente hacia ellos, lo mismo que las mariposas vuelan hacia la lámpara y los pájaros de mar chocan con el faro. Ninguna de las luces de la tierra podía compararse con las del mundo abisal.
Desaparecían igualmente las altas botas oliendo a sebo, las camisas rojas ceñidas al talle por una cuerda, los gorros de piel, las sacerdotales hopalandas. Todos se mostraban unificados por el sombrero hongo y el terno de lanilla comprado previsoramente en un almacén de Europa. Mujeres y chiquillos eran empujados casi a viva fuerza al baño obligatorio con rudos fregoteos de jabón.
No era del país: debía ser maketo, de los que llegaban en cuadrillas de Castilla ó de León, empujados por el hambre, atraídos por los jornales de las minas. Un pantalón azul, con piezas superpuestas en las posaderas y las rodillas, oscilaba sobre sus zapatones claveteados, de punta levantada.
Los animales sabían su obligación; se dejaban coger por el Mosco, y empujados por él, agarrábanse muro arriba, se mecían un momento sobre el borde, con el vientre aplastado, y dejábanse caer en la parte opuesta, sin otro choque que un ruido ligerísimo de hojas secas. Maltrana se sintió cogido por las piernas e izado, al mismo tiempo que el Chispas, inclinándose, le agarraba por los brazos.
Palabra del Dia
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